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Mundos diferentes (cuidado con los hijos del capo) romance Capítulo 4

Expulsé todo lo que tenía en el estómago. ¡Qué asco! Fue un choque mental el comprobar la degradación humana a qué punto había llegado, bajo mi punto de vista ante la vida. No logro entenderlo. Bajo mi concepto estructural de crianza no concibo vender mi cuerpo por dinero, por unos trajes de marca o por pasear en carros lujosos. Yo valgo más que eso. Mi forma de ver la vida era tan ajena a lo que se vivía en la planta baja.

No era por ser religiosa, pero de algo sí estoy segura. Eso no le gusta al Creador. Se trata del respeto a tu intimidad y a la misma vida; puedes contagiarte de alguna enfermedad. En una orgía quebrantas tantos valores. Si el ser humano comprendiera que independiente a la religión profesada se debe cuidar la integridad como persona. Los mandamientos son bases fundamentales para mantener tu consciencia tranquila, era solo eso, respetar leyes universales así no creas en un ser Superior. Ahora entiendo las palabras de mamá. El meollo de la crisis del mundo estaba en la carencia del temor al Dios, el mismo dejado de inculcarse en los hogares, era lamentable reconocer que algunas o muchas de las mujeres hemos patrocinado a esa decadencia.

Jamás pensé ver en vivo y en directo tal escena. Cada vez que revivía la imagen se me revolvían las entrañas; hasta por la nariz salió vómito. Bajé la cisterna, abrí el grifo del lavamanos, lavé mi cara, enjuagué la boca. El joven ingresó al baño sin dejar de observarme, sacó de un cajón crema dental, también un cepillo de dientes nuevo, me lo tendió y lo acepté. Sentía el rostro rojo ante su escrutinio analítico.

Después de asearme la boca, tomé agua para bajar el malestar por haber botado lo poco en la barriga, no he almorzado y por lo visto ni cenaré. Al salir del baño él cerraba la puerta del balcón. En esta ocasión su mirada fue diferente; era una mezcla de sorpresa y curiosidad. Mi corazón empezó a palpitar con frenesí, por instinto busqué a mí alrededor lo que podía usar como un arma, por si se propasaba.

—¿Cuándo se acaba eso?

Pregunté con la toalla de manos en la cara. No se abalanzó, necesito entablar una conversación, eso me ayudará a bajar los nervios.

—Las puertas las abren mañana después de las ocho de la mañana. —abrí mis ojos de par a par—. Eres nueva en este mundo ¿cierto? —Me quedé con la boca abierta.

—¿Tengo cara de puta? —Fue mi respuesta—. ¿Tengo en mi cara la palabra cuesto cien mil pesos?

—¿Eso es lo que vales?

Dejé de ser yo y no sé si fue la espera, el frío, el imbécil preguntando esa estupidez o lo visto hace un momento. No lo sé, pero estallé.

—¡Mire señor!, me importa un trasero quien sea usted, si tuviera un poco de cerebro comprendería qué al verme escondida acá entendería que no soy como esas mujeres, las cuales están… —La lengua se me trabó de nuevo—. Haciendo… Ya sabe. —sentí el rostro caliente por la rabia—. ¡Yo no hago nada de eso!

No escuché a nadie ingresar, nada más sentí cuando puso su arma en mi cabeza, la verdad no sé cómo resistieron mis piernas para no caerme.

—Hasta hoy no ha quedado ningún ser vivo después de hablarle de esa forma a mi Patrón, perrita. —El joven había quedado al frente de mí, no sé qué vería, tal vez el miedo atroz de mi parte—. ¿La pelo Patrón?

—¿Cuánto cobras por follarte una hora?

El miedo se esfumó para darle paso a una Verónica que pocas veces dejo ver y sale cuándo me llevo al mismo diablo por delante.

—No soy ninguna santa, ¡y le aclaro, no soy una puta! Dígale al perro faldero a mi espalda, que si dispara también lo mata a usted porque queda en la misma trayectoria de la bala. Yo no tengo precio y me importa un comino quien sea usted.

—Rata, tráemelas.

No le aparté la mirada, lo desafié. A los pocos minutos trajeron dos deslumbrantes mujeres, una blanca, la otra trigueña; ambas de cabellos largos y curvas voluptuosas. El hombre que me había apuntado era el mismo a quien le había dado mis datos en la entrada.

» Gracias. —¿Gracias? ¡¿Este tipo va a encerrarme con estas mujeres?!— No tienes a donde ir. Te tocará ver o unirte a la velada privada.

Se me cayó la mandíbula, sentí un calor de repente, debo tener el rostro rojo, los ojos me picaron, lo empujé para abrirme paso e ir hacia el balcón. Él caminó despacio, sacó medio cuerpo para hablarme.

» Verónica va a llover y estaré ocupado. —Lo ignoré—. ¡Cómo quieras!

Me importaba un comino. ¿Cómo sabía mi nombre? Además, ¿quién se creía este hombre?, ¡era irrespetuoso!, arrogante y frío. Comenzó a lloviznar, sentí un gran nudo en la garganta. Odio sentirme acorralada.

Cerró la puerta. Di la espalda hacia la entrada del balcón, no pude aguantar las ganas de llorar, tapé mi boca, quería gritar y hacer una pataleta. ¿En qué infierno me metí? La lluvia apretó más, el agua helada se introducía cada vez más hasta mojarme por completo la ropa, comencé castañear los dientes por el frío. Pasaron los minutos hasta que escuché el abrir de la puerta. Él salió al balcón.

—¿Ahora se le dio por hacer el amor en el balcón?

Hablé, mis labios temblaban, lo miré por unos segundos. A esos ojos gatunos les pedí un poco de misericordia, las gotas de lluvia ocultaron mis lágrimas. Él soltó una carcajada.

Capítulo 4 Encerrada en su fortaleza 1

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