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Mundos diferentes (cuidado con los hijos del capo) romance Capítulo 8

Raúl nos extendió las manos y cada una tomó un costado de su fibroso cuerpo, no sé por qué volvió a mencionarlo, gracias a Dios nadie lee los pensamientos, porque no he dejado de pensar en él, no porque me guste… ¿O sí? Algo en él me clama, pide atención.

De salida tomé las llaves y sin querer la imagen de Timón regresó. Cada vez que salíamos nos lamía los zapatos a los tres. En esta ocasión nos quedamos en la puerta, fue Raúl quien suspiró, el perro era el causante del destrozo de las botas de sus pantalones, los cuales tienen orificios, por mi parte contuve las ganas de llorar y Lorena bajó la mirada, ella no ha superado el tema. Todos pensamos lo mismo, nadie se atrevió a decir una sola palabra. Fue Lorena quien rompió el silencio.

—Supongo que la lamida de la suerte no va en esta ocasión. —comentó, vi pesar en sus ojos.

—Ahora cuida a mi mamá. —respondí.

Sacudí la cabeza, abrí la puerta y la brisa fría me pegó de golpe en el rostro. En mi caso la tristeza se evaporó y fue remplazada por una noche que se nos reveló joven y divertida.

—¡En menos de cinco minutos llega el taxi! —gritó Lorena, traía las chaquetas de ambas—. Póntela, Vero. —El taxi llegó en menos tiempo, Raúl al ingresar al auto lo hizo con sus cejas arrugadas.

—¿Pasa algo? —negó.

En el trayecto de nuestro apartamento a la zona rosa nos tardamos la hora completa, por la sensación de tristeza al salir de casa, nos mantuvimos en un silencio absoluto. Y yo he tenido que pelear de manera constante con la imagen de ese hombre, no debería pensar tanto él.

No comprendo su comportamiento, la actitud de ayer fue amenazante, porque tenía miedo de que hable, ¿será por su papel en la mafia? Fue evidente que no deseaba ser conocido en esa familia como el capo de capos. Ese nerviosismo me confirmó que la familia de Juan no sabía nada de su vida secreta.

Mientras que su mirada fue más acusatoria, lo hizo con rabia, fue sarcástica. Dios… debo poner orden a mis pensamientos, el estómago cada vez que recordaba a Roland desnudo, mirándome, riéndose de mí, se me retorcía. Era un hombre vacío, ¡jamás ha sido así tu tipo de hombre!, no que recuerde. En lo personal, porque en lo físico estaba increíble.

El taxi se detuvo, salimos del auto despampanante, ella con un vestido corto rojo y unos tacones que se convertirán en un arma mortal si llegara a necesitarlo, eran punta de aguja. Mi amigo se veía impecable; nunca había conocido a alguien mejor vestido que él, hasta la aparición de Roland Sandoval. «Y dale con él».

Por mi parte, después de tantos cambios de ropa, me quedé con la sugerencia del Flaco; un jean con una blusa sin mangas aguamarina la cual llegaba hasta la cintura. Era muy lindo mi regalo, el cabello suelto y mis tacones. Varios autos llegaron al mismo tiempo y Raúl volvió a arrugar la frente. ¿Qué le pasa?

—Nos vamos a desordenar.

Enfatizó como era su costumbre cada vez que salíamos, mantuvo su actitud de hombre macho.

—Te pasa algo, actúas raro, Flaco.

Le preguntó Lorena, menos mal no soy la única al pensar lo mismo.

—Tal vez estoy paranoico, es solo que… El auto negro, —con la mirada nos indicó—. Ese nos ha seguido desde la salida del apartamento.

—Son ideas tuyas. —dije sonriendo—. Además, llegaron siete carros negros. No somos tan peligrosos. —Nos reímos y entramos tomados de la mano.

En la discoteca la música sonaba a todo volumen, Lorena no tardó mucho en conseguir pareja, y como a mí, ese tema de amigos por una noche no me cuadra, bailé con Raúl. Esperábamos a que nos trajeran una ronda más de tragos para ellos, yo me pedí un coctel sin alcohol. Sonó la nueva canción de Romeo, con mirar al Flaco comprendió.

—Enseñémosle como se baila, Vero. —Me tomó de la mano y volvimos a la pista.

—Demos sopa y seco.

Comenzamos a bailar, la gente empezó a darnos espacio para ver un buen espectáculo. La discoteca se llenó aún más, como se realizaron reservaciones anticipadas, nuestra mesa quedaba cerca de la pista de baile, con lo mucho que nos gustaba bailar. Mis amigos habían tomado lo suficiente, de ahora en adelante se pondrán algo pesados. Una vez me he emborrachado y fue a los pocos días de haber muerto mi madre. Desde entonces no me quedaron ganas de hacerlo de nuevo. La tristeza no se evapora con el trago, por el contrario, aumenta. No quiero volver acordarme, me puse a llorar y fue imposible consolarme, esa vez tomamos en el apartamento.

La música estaba increíble y el repertorio ha estado a la altura. ¡Me encanta! No puedo ocultar lo mucho que me gusta bailar. Sonó la canción de moda de Enrique Iglesia, la cual nos tenía bailando a todos, teníamos una corografía con esa canción.

No nos habíamos sentado desde hace unas cinco canciones. La gente a nuestro alrededor nos fue dando espacio una vez más e incentivándonos para que siguiéramos bailando. Somos una muy buena pareja de baile, disfruté mucho. En el fondo y debo ser sincera conmigo misma me gustaba llamar la atención realizando esta actividad, ofrecer una buena coreografía me enorgullecía. Aplaudieron al terminar la canción.

—¡Raúl, estoy muerta!, sentémonos.

Nuestra compañera no tardó ni un minuto sin pareja, a su lado se sentó un joven, quien con un par de Miradas pasó de la barra a la mesa, ahora eran íntimos. No recuerdo cómo se llamaba.

» ¡Voy al baño!

Hablé duro para que me escuchara, con una mirada fija y sin hablar dijo; No te muevas, yo te acompaño.

—No sabemos qué te pueden hacer

Suspiré, con su sobreprotección no podía pelear. Lorena caminaba de manera forzada para evitar que la vean entonada, le sonreí.

» Te lo digo porque en las discotecas es relajante tener relaciones sexuales, amiga.

Le di un leve empujón, tenía el cabello mojado por el sudor, nos dirigimos al otro extremo, ingresamos al baño, en efecto me acompañó, luego se antojó de orinar, cuando me lavaba las manos.

—¿Sigues orinando? —ingresó hace rato.

—Dame un minuto.

La escuché orinar, con los brazos cruzados, reprimiendo las ganas de reírme. Por fin salió, se lavó las manos y nos dirigimos a nuestra mesa, cuando nos topamos de frente con, ¿Roland?

—¡Hola!

Fue lo único que pude decir. El corazón se aceleró al verlo al frente nuestro, con ese dominio muy propio de él, me obstaculizó el paso. Lorena me apretó el brazo con fuerza.

—Hacer... don Ro... Roland.

Ella no habló, aulló. Gracias a su temerosa Voz Salí del Nerviosismo. ¿Qué hace un hombre como él, en un lugar de estos?

—Verónica Vásquez —dijo, no determinó a Lorena, se limitó a mirarme, sí que era arrogante—. Qué sorpresa encontrarla en una discoteca.

Capítulo 8 Enseñando modales 1

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