¿Será que la había juzgado mal?
Martín recordó la expresión desamparada de Eloísa al ser dejada sola esa tarde, y de repente, sintió un remordimiento inesperado.
Después de despedirse de sus compañeros, sacó el celular y pensó en enviarle un mensaje para ver cómo estaba.
Apenas había escrito la mitad de su disculpa cuando, de reojo, notó una silueta muy familiar.
No podía creerlo: era Eloísa con un hombre al que él no conocía.
Ambos reían y platicaban, y la tranquilidad en el rostro de ella era algo que Martín jamás le había visto.
¿Qué hacía Eloísa a esas horas en el hospital acompañada de un desconocido?
En ese instante, una sensación extraña le revolvió el pecho, como si algo le apretara el corazón.
Cuando volvió en sí, ya había borrado todo lo que pensaba enviarle. Se quedó mirando con intensidad a Eloísa, entornando los ojos con recelo.
Eloísa, ¿de verdad te he estado viendo de la manera equivocada todo este tiempo?
...
Desde que llegó al hospital, Eloísa sintió como si una mirada pesada la siguiera a todas partes. Cada vez que volteaba, no veía a nadie.
Había llegado ahí porque Guillermo la llevó de emergencia, y fue entonces que supo que tenía fiebre.
El estrés acumulado de los últimos días explotó después del susto, y eso la hizo desmayarse por un momento.
Guillermo se asustó, pero por suerte, Eloísa estaba fuerte y, camino al hospital, logró recobrar el conocimiento sin ayuda.
Aun así, Guillermo insistió en que se hiciera un chequeo para asegurarse de que estaba bien.
En ese momento, Guillermo había ido a pagar en la recepción, y su primo, el responsable inicial de todo esto, no paraba de hablarle a Eloísa.
—Señorita, ¿también estudiaste en la misma universidad que mi primo?
—Qué casualidad, yo también estudié ahí, solo que entré dos generaciones después. Así que, técnicamente, somos compañeros.
—¿De qué carrera eres? Yo estudié computación y mi primo estudió finanzas.
A Eloísa le retumbaban las palabras en la cabeza; hacía mucho que no escuchaba tanto ruido tan cerca.
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