Resumo de Capítulo 65 – Novia del Señor Millonario por Internet
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Bella
Había perdido la razón por la ira y la tristeza, y había dicho esas palabras para herir a Herbert. Quería que sufriera tanto como yo.
"Dije que Hank es mejor que tú", repetí, fuerte y claro. "Es cien, mil veces mejor que tú. ¿Escuchaste bien?"
Las venas de la frente de Herbert palpitaron y sus ojos se volvieron fríos como la nieve. Lo miré, jadeando por aire después de mi abrupto ataque de rabia y, aunque podía golpearlo con todas mis fuerzas, su expresión, fría y calculadora, me dio miedo.
Herbert apretó mi hombro y sentí un fuerte dolor, pero siempre he sido una mujer muy terca y me contuve para no hacer ningún ruido.
No quería mostrar que era vulnerable ni mucho menos suplicarle para que me soltara.
"¿Sabes que estás embarazada, no?" Herbert preguntó, furioso. "¿Y aun así, sales a encontrarte con otros hombres? No mereces ser mi esposa ni la madre de nuestro bebé. ¿Acaso no te das cuenta que ahora estás casada?"
Me sacudió tan fuerte que me mareé. Sentí que mi hombro estaba a punto de torcerse. Inconscientemente me llevé las manos al vientre y sentí que la parte inferior de mi abdomen se hundía un poco.
Por fortuna, Miranda regresó en ese momento.
Al vernos de esa manera, corrió hasta donde estábamos y detuvo a Herbert. "Señor Wharton, ¿qué está haciendo?" Preguntó, indignada. "La señora está embarazada. No puede tratarla así".
Por fin, Herbert me soltó y caí en el sofá, adolorida. Miranda se acercó hasta donde yo estaba y me abrazó.
"Señora, ¿está bien?" Me preguntó, preocupada.
No tenía fuerzas para responderle. Miré a mi alrededor sin comprender del todo qué había pasado y vi que Herbert tenía la mano en la barbilla. Ya no se veía tan furioso, solo parecía estar un poco deprimido.
Cuando nuestros ojos se encontraron, él se volteó y luego volvió a caminar de un lado a otro de la sala.
Poco a poco me fui sintiendo mejor. Después de que Miranda me trajo un vaso con agua, mi corazón dejó de latir tan rápido y también dejé de temblar.
"Miranda, a partir de hoy vigila a la señora Wharton y no la dejes salir de la casa". Herbert le ordenó a Miranda.
Levanté la vista para mirarlo y solo vi que se dio la vuelta y caminó en dirección a la puerta.
"No tienes derecho a encerrarme en esta casa". Dije en voz alta antes que se fuera.
Al oír mi voz, Herbert se detuvo en seco y volteó a verme. "Soy tu esposo. Tengo derecho a encerrarte en la casa para impedir que vayas a encontrarte con otros hombres". Dijo con frialdad.
Luego se fue.
"¡Eres un maldito!" Grité cuando la puerta se cerró de golpe.
De repente, la habitación se quedó en silencio.
Me sentí muy ofendida.
Herbert podía encontrarse con Caroline todos los días y quedarse con ella hasta la medianoche, e incluso podía irse de viaje por una semana para ayudarla, ¿pero yo no podía ver a Hank para pedirle que ayude a mi hermana? ¿Él podía hacer lo que se le daba la gana y yo tenía que obedecerlo sin chistar? Era demasiado descarado.
No pude evitar romper en llanto de la impotencia.
"Señora, no llore", Miranda intentó consolarme, frotando mi espalda en círculos. "No es bueno para el bebé. ¿Qué dijo para que el señor se ponga tan furioso? ¿Por qué perdió los estribos? Lo mejor que puede hacer es pedirle disculpas y prometerle que no se volverá a encontrar con otros hombres..."
En vez de consolarme, Miranda solo me estaba haciendo sentir más enojada. ¿Por qué me estaba regañando a mí, cuando el que había hecho mal era Herbert? Me paré y subí las escaleras corriendo. Estaba al borde del colapso...
Tenía miedo de que mis emociones afectaran a mi bebé, así que me quedé en cama por el resto del día, tratando de no pensar mucho en lo que había pasado.
No fui a casa hasta la noche.
Al llegar, vi los zapatos de cuero de Herbert en la entrada. Él había regresado a casa.
"Señora, el señor está en la sala", Miranda me dijo apenas me vio. "Se puso muy triste cuando se enteró que usted salió a pesar de que él se lo había prohibido. Vaya y pídale perdón".
Sabía que Miranda me estaba diciendo esto con las mejores intenciones, pero no quería hacer nada de eso.
Me puse las pantuflas y, por el rabillo del ojo, vi a una persona fumando frente a las ventanas francesas.
Seguí caminando, ignorándolo por completo y empecé a subir las escaleras.
"¡Alto!" Herbert dijo en un tono severo.
Mi mano se aferró a la barandilla. No me atreví a mirar hacia atrás.
"¡Te dije que no salieras y aun así estuviste afuera todo el día!" Herbert me recriminó. Sonaba furioso. "¿Lo hiciste a propósito, verdad?"
Me volteé lentamente y levanté la barbilla. "Es obvio que no me quieres y ahora que la persona a la que amas ha regresado, ¿por qué no te divorcias de mí?" Pregunté con firmeza. "Herbert, ya sé lo que estás pensando".
Cuando escuchó mis palabras, Herbert se quedó atónito. Abrió la boca pero no dijo nada durante mucho tiempo.
Al ver su expresión, me di cuenta que lo había tomado por sorpresa y me pareció un poco gracioso. "¿Crees que no sé nada?" Pregunté.
"¿Cómo lo supiste?" Herbert dijo, confundido.
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