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Senha: Novia del Señor Millonario Capítulo 71
Desde que regrese de Europa, Herbert se ha mantenido muy distante conmigo. No es algo fuera de lo común con él, pero es algo que me gustaría cambiar.
Había logrado exitosamente que se peleara con esa fea mujer con la que se había casado. ¿Quién se creía que era para competir conmigo? Sin embargo, había subestimado el cariño que Herbert le tenía. Todavía seguía frío conmigo, a pesar de que estaba peleado con ella. Sonreí con prepotencia. No importaba porque sabía que al final Herbert se daría cuenta de que me amaba y la dejaría. Tarde o temprano regresaría a mis brazos.
Aunque me había cortado la llamada de forma tosca y no había respondido a las preguntas. Podía inferir que había ido a ver a Bella. Que irritante era esa mujer. ¿Se supone que debía quedarme de brazos cruzados mientras ellos formaban una linda familia feliz? Resoplé con furia. Ni soñando.
Tiré el teléfono sobre la cama y me eché sobre ella. Me quedé mirando el techo por unos minutos hasta que, de repente, una idea apareció en mi cabeza.
A la mañana siguiente, visité la mansión principal de la familia Wharton. La sirvienta que me abrió la puerta, no me reconoció y preguntó por el motivo de mi visita. No me enojé con ella porque sabía que era nueva y le expliqué quién era y que venía a ver a la señora Wharton.
—Por favor, espere un momento —me pidió mientras cerraba la puerta.
—No se olvide de mencionarle que vengo a hablar de Herbert.
—Por supuesto —respondió y se fue rápidamente. Dos minutos más tarde, me abrió la puerta nuevamente y me invitó a pasar. Enarqué una ceja ante la elección de sentarme en el patio en vez de la sala de visitas, pero decidí no comentar al respecto.
Usualmente se consideraría como una ofensa menor el que te recibieran de tal forma, pero no me sorprendía el hecho conociendo a McKenna. Ella, al igual que todas las señoras de la alta sociedad, disfrutan de imponer su estatus por sobre los demás. Nos sirvieron el té y ella todavía no había llegado. Levanté mi taza y tomé con tranquilidad, ya estaba dentro de la mansión, así que no me moriría esperándola.
En eso entró McKenna con un hermoso conjunto, aunque un poco extravagante para la ocasión.
—¡Señora Wharton, cuánto tiempo desde la última vez que la vi! ¡Debo decirle que sigue igual de bella y joven! —la saludé con una sonrisa y le presenté los regalos que había puesto sobre la mesa—. Estos son algunos recuerdos que traje de Europa, espero que le gusten.
—Pensaba que ya te habías olvidado de mí sinceramente —se burló ella en respuesta, ignorando los regalos.
—Cómo voy a olvidarla, señora, si es la madre de Herbert.
—¿Ya te viste con Herbert? —me preguntó con una pizca de orgullo en sus facciones ante la mención de su hijo.
—Sí.
—Entonces, ya debes saber que Herbert se casó y pronto se convertirá en padre porque su esposa, Bella, está embarazada.
Sabía perfectamente bien que me estaba comentando esto, no porque estuviera feliz por la noticia, sino para molestarme. Me encogí de hombros, tranquilamente, porque sabía que eso no afectaría mis planes.
—Sí, él me lo contó.
—Si ya lo sabes, ¿por qué has venido a verme? —me preguntó con sorpresa.
—Cuando regresé, estaba ordenando mi casa y encontré esta foto. Por eso vine, para dársela en persona —le respondí con una sonrisa suave, mientras sacaba la foto en cuestión y la dejaba sobre la mesa. Como lo esperaba, el rostro de McKenna empalideció inmediatamente al verla. Toda la soberbia se evaporó para dejar de lado miedo y enojo. Sabía las ganas que tenía de gritarme, pero se contuvo porque teníamos público.
—Anne, quisiera comer algunas cerezas. ¿Por qué no vas a comprarlas ahora? —le pidió con una sonrisa fingida a la sirvienta. La joven asintió, agarró una bolsa y se fue.
Sonreí con suficiencia al ver cómo corría a la sirvienta. La mujer agarró la foto y la rompió en mil pedazos con abandono. Había despertado a la bestia, pero sabía que tenía las de ganar en esta situación.
—Señora Wharton, todavía tengo más copias de esa foto. No será capaz de romperlas todas —me reí.
—¿Cómo la conseguiste? —me preguntó en un susurro. Yo levanté la comisura de mis labios en una mueca sarcástica.
—Todavía no nos habíamos graduado y habíamos planeado irnos de viaje al campo, pero justo me vino mi período, así que nos tuvimos que quedar en la casa. Mientras él estaba leyendo un libro en el cuarto, yo salí al balcón para tomar algunas fotos del lugar. No esperaba que la puerta de la entrada se abriera y que un hombre desconocido y usted entraran por ella. Mucho menos esperaba verlos comenzar a besarse con tanta pasión...
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