Llegamos todas hasta la nombrada sala de masajes.
Al final habíamos convencido a Rommy para que viniera también, pues ella era fácil de convencer, solo que a veces era un poco intensa y se hacía de rogar.
Dijo que solo conocería al chico, que en su catálogo parecía guapo y pediría el masaje convencional. Sin tocamientos ni nada.
Era raro asumir que era guapo algún chico aquí, cuando justo por eso pagamos. Tíos macizos y que nos den caña. ¿A eso no es a lo que habíamos venido?
En fin, que bajamos de la casa y nos dirigimos por el sendero que indicaba la guía que parecía ya, mi amuleto, no la soltaba para nada. Es que me asombraba la cantidad de cosas que se podían hacer en Sexland, era todo tan increíble que resultaba pues eso... Increíble.
Dejamos el carrito que usábamos para movernos por el sitio, aparcado afuera y entramos todas.
— Que calor más infernal — se quejaba Lindsey, abanicandose con su sombrero — espero que me hagan un cunnilingus o algo, porque sino no me merece la pena venir hasta aquí, pudiendo estar fresquita en mi piscina.
— Las clientas mandan señorita. Tendrá lo que pide — mencionó un pedazo de tío justo detrás de ella que cuando se giró a verlo, casi hiperventila de la impresión.
— Que vergüenza das por dios, no sé cómo soy amiga tuya — protestaba Rommy.
— Hey guapo — decía mi hermana, palpando la piel de su torso espectacular — ¿no tienes un gemelo o algo que me dé un servicio a mi gusto?
— Perdona pero esto es mío — intervino Lindsey poniéndose territorial.
Todas, incluso el ejemplar humano que teníamos delante, reímos.
Habíamos ido en tanga y topless. No estábamos precisamente desnudas, pero casi. Unas batas semitransparentes por encima y a fin de cuentas, era la playa. Una playa un tanto especial, pero topless y tanga tampoco era para escandalizarse.
Una chica muy amable nos recibió, como correspondía y a pesar de que ya Lindsey se había ido con su masajista, nosotras completamos el proceso correctamente.
— Puede pedir el masaje que quiera o dejarse hacer el plus de la casa. Pase por favor — me dijo la rubia simpática y pasé, viendo cómo las chicas seguían hacia sus destinos, haciéndome señas vergonzosas.
Cuando entré, casi salto del susto.
Adentro, había un cristal enorme que daba al océano y se veía mucha gente liberal andando por la playa, evidentemente ajenas a mi vista privilegiada.
— ¿Hola? — dije esperando que hubiese alguien, pero nadie contestó.
Era todo blanco. Cortinas adornaban las paredes y flores aromáticas daban perfume al sitio. Un típico sillón de masajes, con la mesa al lado con lociones y un sofá con poco más era todo lo que allí había.
Avancé hasta el cristal y me perdí en las vistas.
Había un aire acondicionado notable, pero aún sentía mi piel arder.
Estaba pensando quitarme la bata que me cubría muy poco la verdad, hasta que una voz tremendamente varonil me detuvo.
— Tienes un cuerpo increíble. Muy trabajado — me giré a ver al portador de tan sensual voz y... ¡ Dios!, que hombre.
Moreno. Altísimo. Pelo largo, cayendo en sus hombros. Ojos tremendamente verdes y unos labios gruesos mordidos por unos prefectos dientes, me veían con deseo.
— Podría decir lo mismo de tí — dije, acercándome a él para saludarlo y romper el hielo.
Estaba usando solamente un cortisimo bañador y el resto de su anatomía me tenía al borde del babeo. Estaba potente este tío y cuando le ofrecí mi mano, para saludarnos, tiró de mí y me dió un pico húmedo, mordiendo mi labio al final del beso.
Me ericé toda.
— Hola guapa. Soy tu sexmonitor ¿Estás lista para mí o quieres cambiar?
— Que directo ¿no? — le dije tocando mis labios que antes el había mordido.
— Te aseguro que me estoy controlando. Suelo serlo todavía más.
No pude evitar mirar su miembro y se veía importante lo que llevaba ahí debajo.
Ambos sonreímos y negué, relamiendo mis labios en señal de aprobación.
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