"¿De qué te preocupas tanto, mamá? ¿Por qué no hablas?" instaba Ayla.
Melisa volvió en sí, pensando que su hija era demasiado ingenua; contarle mucho solo la confundiría y podría arruinar las cosas.
Melisa dijo, "No es nada, pero si esa persona te contacta de nuevo, tienes que decírmelo de inmediato, ¿me oíste?"
"…OK."
"De cualquier manera, no puedes seguir actuando por tu cuenta. Cualquier cosa que hagas, tienes que decírmelo primero. Cuando llegues al jardín de niños mañana, asegúrate de agradarle a los hijos de Carol, solo así podrás acercarte a ella."
"Ya sé, mamá, son solo unos mocosos, ¡yo puedo con ellos! No te preocupes."
"…"
Mientras tanto, Carol ni siquiera sabía que estaba dentro de los planes de Ayla y su madre.
Al día siguiente por la mañana, al despertar, Carol vio a Miro durmiendo a su lado y sus ojos se iluminaron de alegría.
Se volteó y lo observó en silencio, su corazón rebosante de amor.
¡Este era su hijo!
¡Qué afortunada había sido de poder encontrar tan fácilmente a su hijo perdido!
Y además, ¡su hijo no le guardaba rencor!
Con una sonrisa, Carol levantó la mano y le acarició la mejilla, sintiéndose plenamente feliz.
Antes, siempre se quejaba de lo injusto que era el destino, pero ahora solo quería agradecer a Diosito.
¡Agradecer por haberle dado unos hijos tan buenos!
Si este era el consuelo que Diosito le había dado por las dificultades del pasado, ¡realmente había ganado mucho!
El pequeño seguía durmiendo, Carol le dio un beso discreto en la frente y se levantó contenta a preparar el desayuno.
Primero puso a cocer la sopa en la cocina y luego fue al baño a lavarse.
Los cepillos de dientes en el lavamanos eran los mismos de siempre, no notó nada raro y empezó a cepillarse.
Después de asearse, se metió de lleno en la cocina.
Cuando terminó de preparar el desayuno, se dio cuenta de que Ape no estaba en casa.
No le dio mucha importancia, desayunó con Miro y juntos pasaron una mañana alegre.


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