Cristóbal apretó disimuladamente la orilla de la cama.
Levantó la mirada y, bajo el cuestionamiento de Dalia, respondió con seriedad:
—Nora es mi compañera de la universidad.
Dalia arqueó una ceja.
—¿Y por eso la tratas tan bien? ¿Así de pendiente estás de todos tus excompañeros?
—Vi que una compañera estaba siendo acosada, y encima no tiene cómo defenderse. No creo haber hecho nada malo esta noche, al contrario, si me hubiera quedado cruzado de brazos, seguro tú serías la primera en decepcionarte de mí, ¿no?
No solo intentaba justificar su actitud con palabras grandilocuentes, sino que además quería cargarle a Dalia la culpa moral de la situación.
Después de escucharlo, a Dalia solo le dieron ganas de soltar una carcajada.
Se hizo a un lado, abriéndole paso a Cristóbal.
—Haz lo que quieras. Si quieres meterte en más chismes con ella, adelante. Ya no voy a meterme.
Cristóbal se quedó pasmado. Apenas en ese instante cayó en cuenta de que volver a acercarse a Nora frente a todos era, en efecto, de lo más inapropiado.
La sujetó del brazo.
—Amor, ¿me ayudas a sacar a la señorita Soto de ese lío? Esto empezó por mi culpa, no quiero que la arrastres contigo.
Dalia sintió que le hervía la sangre.
Llevaba años partiéndose la espalda para que la empresa funcionara, criando a sus hijos y, encima, teniendo que cargar con los hijos ajenos de Cristóbal.
¿Y ahora también tenía que encargarse de limpiar el desastre de la “amada intocable” de su marido?
Ni un vampiro se atrevía a exprimir tanto a una sola persona.
Estuvo a nada de gritarle que se largaba y que quería el divorcio.
Pero pensó en las acciones y el dinero de la empresa que Cristóbal aún tenía bajo llave, y no pudo tragar esa rabia tan fácil. No podía irse con las manos vacías, no mientras hubiera algo que le correspondía por derecho.
Aguanta un poco más, se dijo una y otra vez. Ya casi. Cuando tenga lo que le toca, podrá dejar atrás a toda esa gente miserable.
Se forzó a respirar y, sin mostrar una pizca de emoción, respondió:
—Voy a encargarme.
—Cris y yo nos conocemos desde hace años, siempre hemos sido muy cercanos. Esta vez, él decidió ayudarme por voluntad propia, no porque yo lo manipulara para que me defendiera. No quiero que pienses mal.
Dalia se detuvo de golpe y se quedó mirando a Nora, que parecía una paloma indefensa.
Cruzó los brazos, alzó una ceja y, con voz irónica, soltó:
—¿La señorita Soto acaba de regresar del extranjero? ¿No sabe cómo funciona este medio? Aquí, si no eres la mejor actuando, tienes que saber moverte, hablar bonito, saber tomar unos tragos y buscar tus oportunidades.
Nora se quedó petrificada.
Dalia no tuvo piedad:
—Si no tienes el talento para conseguir un papel por ti misma, y encima te das aires de digna en las reuniones y rechazas a los directores, ¿qué esperas, que te manden el protagónico a la casa? Hoy tuviste a Cristóbal de tu lado, pero eso no va a pasar siempre. Si sigues así, ni de extra vas a salir.
Le dio un par de golpecitos en el hombro, como quien le enseña a una principiante cómo es la vida real en el medio.
—Bájale a tu orgullo y aprende, señorita Soto. Ubícate, conoce tus capacidades. Y, por favor, no termines siendo famosa solo por enredarte con el marido ajeno.
Más que un consejo, esas palabras eran una sentencia disfrazada.
Nora bajó la mirada, apretando los labios y clavando las uñas en su bolso, sin atreverse a contestar.

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