BLAIR
La cama entera se sacude como si estuviéramos en medio de un terremoto.
Me levanto de golpe, con el cabello negro hecho un gallinero y la cara de trasnochada.
—¡Trajiste esta porquería de dinero! ¡Eres puta para nada! ¡Idiota!
Los gritos del vecino retumban a través de las viejas paredes.
Sus manotazos sacuden el respaldo de mi cama.
Mi despertador de todas las mañanas en este barrio de mierd4 donde vivo.
Aunque yo no debería estar aquí… no entre humanos.
Como siempre, después vienen los llantos ahogados de su mujer, más insultos y golpes.
Me levanto rascándome una nalga, bloqueando mis oídos sensibles.
No deben quedarle muebles en esa casa deprimente.
Hace que su esposa se prostituya para pagar sus porquerías de drogas y, encima, le colorea la cara todos los días a puñetazos.
Menudo hijo de puta.
Entro al baño y me lanzo agua helada en el rostro.
El grifo gotea sin cesar y el espejo cuarteado refleja las bolsas bajo mis ojos azules claros.
El rímel está corrido de anoche. Ni fuerzas tuve para quitármelo.
Mi piel pálida tiene ese tono pálido que me delata.
Estoy bajando de peso otra vez.
No es que mi vida sea un jardín de rosas, tampoco.
—Bien, otro día en el paraíso.
Me digo en voz baja, tratando de sacar ánimos de donde ya no me quedan.
Cuando salgo a la habitación todo en uno, en este mini apartamento de cuarta, ya solo se escucha el sollozo apagado de la humana.
Sí, humana, porque yo no lo soy. En teoría, soy una loba.
Como muchas otras criaturas, vivo entre ellos. Ocultando mi verdadera naturaleza.
Me sirvo una taza cargada de café y me dispongo a encender la vieja televisión solo para hacer ruido de fondo, cuando suena el tono especial en mi móvil.
Mi cuerpo se congela.
Ese sonido solo puede significar una cosa.
Es ella. Mi tormento personal.
Tomo el celular con la mano tensa, deseando con todas mis fuerzas que ese nombre no aparezca.
Pero claro, ahí está: Riley.
—Maldit4 sea —susurro, respirando hondo antes de contestar.
—Hermana, cuánto tiempo…
—¡Eres imbécil! ¿Por qué me llamó el casero diciendo que estoy atrasada con el arriendo?
Cierro los ojos.
Trago el nudo que me sube por la garganta.
—Riley, te rogué que no te mudaras a ese condominio ridículamente caro. Me retrasé un poco en conseguir el dinero...
—¿Te pregunté por tus problemas personales? —me interrumpe hostil.
—. No me interesa a cuántos tipos te tengas que follar, pero que no me vuelva a llamar ese hombre. ¡O te vas a arrepentir!
—Ya te he explicado que no soy prostituta —mi voz se rompe, bajando involuntariamente.
—. Solo pido que consideres mudarte a otra zona, menos... ¿hermana…? —y cuelga luego de decir lo que quería.
Como siempre.
Me quedo con el zumbido del silencio en el oído.
Suspiro mientras abro la aplicación del banco, soñando con que el dinero se multiplicó en la noche.
Diosa… si pago su renta en ese barrio de millonaria, más las deudas que ya tengo a su nombre, no me va a alcanzar para pagar la mía.
Camino hacia el refrigerador y lo abro con resignación.
El interior me recibe con una botella de agua, un cartón de huevos a medio usar y dos peras arrugadas que parecen burlarse de lo patética que soy.
Y pensar que ya cobré. Esto es lo que me queda para sobrevivir el mes.
—¿Se puede vivir del aire y las gotas de rocío?
Me aprieto el cabello con frustración y me apoyo en la encimera de fórmica descascarada.
Vuelvo a tomar el móvil y marco.
—Blair, ¿qué haces despierta? —responde Cassidy, con voz adormilada.
—¿Aún necesitas quien te ayude a descargar la mercancía? —pregunto mientras camino al cuarto, quitándome el pantaloncillo y la camiseta de tirantes.
—Sí, sí... pero pensaba pedírselo a Alfredo...
—Yo te ayudo.
Abro el armario y me lanzo la primera ropa decente que encuentro: jeans y una camiseta negra de mangas.
—¿Te quieres matar, Blair? ¡Apenas has dormido tres horas! —me grita, furiosa.
—. Entras a las dos de mesera y por la noche bailas en el club. ¿Y ahora vas a trabajar también por la mañana?
Mientras me calzo las zapatillas, escucho el sermón habitual.
Que estoy flaquísima.
Que mis ojeras parecen tatuajes.
Que me va a dar un patatús.
—Necesito el dinero —murmuro.
—Es esa malnacida de nuevo, ¿verdad? —farfulla desde la bocina.
—Cassidy, no hables así de mi hermana —respondo caminando hacia la salida.
Agarro la chaqueta y el bolso del gancho.
—¿Acaso piensa hacerte trabajar para ella hasta matarte de agotamiento? Blair, lo que haces no es redención, ¡es gilipollez!
—Cassidy, por favor… basta —respondo en voz baja, saliendo al pasillo.
—No importa lo que haga Riley. Yo le debo. Arruiné su vida, lo menos que puedo hacer es... compensarla.
—Dije que no me metería más en tus asuntos. Si decides seguir desangrándote por esa malagradecida, allá tú.
Termina con tono hoscamente dolido y cuelga.
Ni siquiera me molesto en enojarme.
Cassidy es mi mejor amiga.
La unica que se ha preocupado por mí desde que llegué hace unos años a este pueblo.
Aun así, no entiende realmente lo que llevo encima.
Y no puedo explicárselo.
Mientras cierro la puerta con llave, escucho otra abriéndose a mi espalda.
El pestillo metálico se arrastra con un chirrido seco.
Un olor rancio me golpea de inmediato: porro barato y alcohol viejo.
Mi vecino, Richard.
Aprieto los dientes y apuro el paso hacia las escaleras, pero él es más rápido.
Se interpone justo frente a mí.
—Ey, belleza... ¿cuándo vas a dejar de hacerte la dura y me dices tu tarifa?
Levanto la cabeza con fastidio.
Ahí está, con esos dientes amarillos y esa sonrisa asquerosa.
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