BLAIR
—Me contó que odiabas a su marido, que lo habías amenazado varias veces con matarlo… y ese humano se juntó con mis amigos.
Ese hombre lobo escupía todo lo que habían averiguado.
Sus pasos retumbaban acercándose.
—La última vez que lo vieron fue en dirección al callejón lateral del club, y un pajarito nos dijo que saliste a fumar a esas horas. ¿Coincidencia?
Preguntó con voz helada.
—¡No lo creo! —y con su rugido llegó el ataque que me temía.
Su mano fue a agarrarme del cabello, pero mientras hacía su monólogo, yo había logrado aferrarme a la pata de una banqueta.
La lancé con todas mis fuerzas sobre su cabeza, que bajaba.
La madera saltó haciéndose trizas.
Rugió miles de maldiciones, pero yo aproveché para levantarme y correr hacia la salida.
No llegué muy lejos.
Mis habilidades no eran tan buenas como las de él… al menos no las de loba.
Fui jalada hacia atrás por el pelo.
Mi chillido de dolor vibró entre las paredes.
Se subió a horcajadas sobre mi cuerpo, abofeteándome el rostro.
Amenazándome con todas las atrocidades que me iba a hacer.
Que sus compinches ya estaban en camino.
Mi cabeza zumbaba de un lado a otro, casi a punto de la inconsciencia.
Las punzadas dolorosas me atravesaban.
La idea de dejarlo acabarme pasó un segundo por mi mente, pero no… ¡no!
Me negaba a morir.
¿Por qué yo no tenía derecho a vivir? ¡¿Por qué?!
“¡Sal de una maldit4 vez, haz lo que te dé la gana! ¡Ganaste esta vez… Amy!”
Pronuncié ese nombre infame y recité los conjuros antiguos que ella misma susurraba constantemente.
Pierdo el control de mis acciones.
Ataco de manera instintiva.
Solo puedo ver sombras frente a mis pupilas enrojecidas, pero me invade una fuerza arrolladora.
El aullido que resuena en mis oídos y el sonido de huesos crujiendo me indican que me he puesto de pie y le he destrozado las manos a ese Alfa.
—¡¿Qué eres?! ¡Maldit4 sea! ¡Sabía que lo habías hecho tú!
Todos gritan lo mismo. Me maldicen.
Ni siquiera sé cómo luzco ahora, pero debe ser horrible.
—Y si lo sabías, ¿cómo tuviste la osadía de venir hasta mí?
La voz ronca y distorsionada sale de mis propios labios.
Los caninos se alargan en mis encías.
Siento las pisadas avanzando hacia el macho, arrojado contra algún mueble.
—¿Algunas últimas palabras? ¿O seguirás chillando como un cerdo...?
—¡Vete a la mierd4, monstruosidad!
Sé que viene hacia mí, su último intento de sobrevivir.
Se escucha su respiración errática.
Es como si el tiempo se detuviera en los latidos de su corazón.
Ella disfruta de la cacería, pero también de ese último momento de resistencia.
Extiendo la mano. Duelen las uñas al estirarse como garras de arpía, afiladas, duras.
Atraviesan algo suave y duro a la vez, perforan músculos, arterias, y la palma se cierra en ese órgano que impulsa su vida.
El rugido estremece la noche. Algo caliente salpica en mi cara.
Me araña e intenta morderme el cuello, pero ya su corazón está en mi mano.
Lo ha arrancado de su pecho, que ahora debe exhibir un hueco horrible.
Como todo en ella… en mí.
Lloro en mi interior cada vez que tengo que sentir todas estas sensaciones sanguinarias.
Me hace fuerte. Parezco invencible.
Rápida, letal, sin misericordia.
Un arma perfecta de matar…
Cualquiera anhelaría este poder oscuro… pero yo no lo quiero.
Escucho el estruendo del cuerpo cayendo sobre la moqueta y estrujo su alma haciéndola pulpa entre mis dedos.
Sé que sus ojos me están maldiciendo antes de morir. No necesito verlo.
Amy se gira hacia otro lado de la habitación, donde sollozos entrecortados se escuchan.
Avanza hacia la mujer humana.
“¡No, no lo hagas! ¡Devuélveme el control! ¡Ya basta, Amy!”
Comienzo a entrar en pánico.
Como siempre, me temo que tomará el control para siempre.
Cada vez que la dejo salir, le cedo una parte de mi autonomía.
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