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Todo por mi Hija romance Capítulo 291

El hombre se veía completamente tranquilo, con un aire relajado y despreocupado. Llevaba unos lentes sobre la nariz y, a través de los cristales, la observaba sin apartar la vista.

Como si, en realidad, este lugar fuera su casa.

Esa mirada, tan directa y segura, le resultaba a Irene de lo más incómoda.

Isa estaba sentada junto a la mesa baja, haciendo la tarea. Al escuchar el sonido de la puerta, se levantó de inmediato.

—Mamá...

La última vez, su madre le había insistido en que no abriera la puerta a nadie.

Pero hoy era distinto: su papá había dicho que su mamá no se sentía bien, así que él había traído una sopa especial para ayudarla a recuperarse.

Isa solo pensaba dejar la sopa y que su papá se fuera de inmediato, pero nunca imaginó que él se sentaría tan campante, como si nada. Y ella, ¿cómo iba a correrlo?

Irene se cambió los zapatos en la entrada y cruzó la sala con paso firme. Miró a Isa.

—¿Terminaste la tarea? Entonces regresa a tu cuarto y acuéstate.

Isa apretó los labios, asintió con una leve inclinación de cabeza, recogió sus cosas y desapareció en su habitación. Sabía que su mamá y su papá tenían cosas de adultos que platicar, cosas que no era conveniente que ella escuchara.

Una vez que Isa estuvo en su cuarto, Irene se volvió hacia el hombre que seguía sentado en el sofá, su mirada dura como una piedra.

Enrique habló primero.

—Perdón, debí avisarte antes. Te marqué, pero no contestaste.

Irene, casi por reflejo, tomó su celular y lo revisó. En efecto, tenía varias llamadas perdidas de Enrique.

No sabía ni cómo sentirse. Sentía el pecho apretado, como si tuviera un nudo que no la dejaba ni respirar ni explotar.

Inspiró hondo.

—Entre tú y yo ya no hay nada, estamos divorciados. No importa si contesté o no, no deberías haberte aparecido así.

—Solo quiero asegurarme de que tomas la sopa, y me voy —Enrique la miró sin inmutarse—. Si no, ¿cómo le explico a la abuela?

Irene frunció el ceño.

—La próxima vez, mejor tírala tú. No hace falta que vengas.

No lograba entender cómo Enrique tenía la cara de sentarse ahí tan tranquilo, como si no hubiera hecho nada.

Apenas ayer había intentado llevarse personal de AeroSat Innovación a su empresa, y los habían descubierto en plena movida. Y ahora, como si nada, se presentaba con esa actitud tan cínica.

Enrique no perdió la compostura.

—La abuela quiere verte bien, por eso insiste en cuidarte y mandarte a hacer revisiones periódicas.

—Mejor que me avisen, y yo paso por la sopa al departamento cuando pueda —replicó Irene, con la cabeza a punto de estallar.

Todo esto le parecía una verdadera pesadilla.

Lo miró de frente.

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