A través de la tenue luz que se filtraba por el costal, Belén vio cómo Gael se acercaba poco a poco.
—¡Pum!—
El batazo la golpeó con brutalidad. Un dolor agudo le recorrió el cuerpo y un sabor metálico empezó a invadirle la boca. Todo a su alrededor se volvía borroso, como si el dolor la empujara hacia la inconsciencia.
Pero quien la golpeaba no se detuvo, siguió con la misma violencia, una, otra, y otra vez, hasta completar noventa y nueve golpes. Solo entonces, Gael pareció darse por satisfecho.
El hombre dejó caer el bate y se giró hacia Anaís sin siquiera mirarla de nuevo.
En el instante en que él se dio la vuelta, alguien bajó a Belén del gancho donde la tenían colgada. La toalla blanca que le cubría la boca estaba empapada de sangre, teñida de un rojo que helaba los huesos.
—Hermano, Anaís tiene miedo —dijo Anaís, corriendo a refugiarse en los brazos de Gael. Lo abrazó fuerte por la cintura, y mientras lo hacía, miró por encima del hombro, lanzándole a Belén una mirada repleta de burla y triunfo, como si dijera:
¿Ves lo que te pasa por intentar quedarte con mi hombre?
Belén escupió sangre, la garganta le ardía, pero no apartó la vista de Gael. Con gran esfuerzo, logró murmurar:
—Gael...
Su voz, apenas audible, hizo que Gael frunciera el ceño. Esa voz... le sonaba conocida, le sonaba a Belén.
Iba a volverse para mirar cuando, de repente, Anaís se desmayó en sus brazos.
—¡Anaís! —gritó Gael, enfocado de inmediato en ella. Al ver que no respondía, la cargó sin dudarlo y se apresuró hacia donde había dejado el carro. Subió a Anaís y se marchó sin mirar atrás.
Belén, tirada en el suelo, solo pudo mirar cómo se alejaban. Sintió que el corazón se le hundía hasta el fondo del pecho.
Alguien le soltó las ataduras de las muñecas, pero solo para arrojarla dentro de una camioneta como si fuera basura. El dolor en las costillas le cortaba la respiración, y una nube negra revoloteaba en sus ojos.
Afuera, los secuestradores platicaban sin preocuparse por ella, discutiendo quién la llevaría al siguiente lugar.
—La señorita Anaís fue clara: hay que buscarle varios tipos que la atiendan bien. Pero con lo que le pasó, ¿tú crees que sobreviva después de eso?



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