Viudo y con un bebé de dos meses en los brazos, con su carrera en pausa y su sueño arruinado, Levi Ferguson aprendió la lección: no quiere una esposa, no quiere una novia, ni siquiera una madre para su hijo. No quiere saber de relaciones que puedan dejar su vida peor de lo que ya está. Por eso encontrarse a una chica con sus mismos demonios es tan satisfactorio. Ella no tiene tiempo para ser madre, ni esposa, ni novia. Ella es una empresaria que solo busca horas de placer, y él está dispuesto a darle eso y más.
¿La única condición? No meter el corazón en la cama. El primero que se enamore, pierde.
Después de todo, nadie puede salir herido cuando no hay amor... ¿verdad?
UNA CHICA TRAVIESA. PREFACIO
Levi Ferguson tenía un sueño y la voluntad para llevarlo a cabo. A sus veintinueve años era un esquiador experto y le encantaba enseñar. Siempre estaba entre los primeros lugares de los campeonatos y habían tenido que operarle ambas manos por lesiones de Stener, o el Pulgar del Esquiador.
Aun así Levi estaba seguro de que jamás soltaría los bastones de esquí... hasta que una enfermera le puso aquel bebé en las manos tras darle la noticia:
—Lo sentimos muchísimo señor Ferguson, su esposa falleció.
Levi había mirado a aquel pequeño bebé como si fuera un autómata. Ni siquiera había sabido que Odessa estaba embarazada. Su matrimonio había acabado hacía poco más de medio año, cuando él había regresado de los entrenamientos para encontrársela rebotando sobre uno de sus amigos. Si era honesto debía reconocer que la relación iba de mal en peor, pero eso tampoco era justificación.
—Ella solo pidió que lo llamaran a usted —le había dicho la enfermera acomodándole al bebé porque Levi parecía un robot tieso.
Desde ese momento su vida había entrado en una espiral descendente. Esquiar demandaba tiempo completo y ya no lo tenía. Sin esquiar no había patrocinadores, sin patrocinadores no había dinero.
Había intentado alejarse de Zúrich, y por recomendación de unos y otros colegas había conseguido trabajo como gerente en una de las tiendas deportivas de Lucerna, así que ahí se había mudado de inmediato.
El sueldo era bueno, pero parecía como si siempre se le complicara algo.
Era malo para cambiar pañales.
Era malo para preparar biberones.
Era malo para bañar bebés.
Era malo para dormir bebés.
Jamás en su vida se había sentido más desesperado, pero todo eso tenía que aprenderlo porque cuidar de su hijo era su responsabilidad. Sin embargo con apenas dos meses Peter era muy pequeño para una guardería, y la niñera siempre estaba complicada con algo diferente.
—¿No va a venir? ¿Cómo que no va a venir? ¡Mañana es día de trabajo! —rezongó Levi al teléfono cuando el novio de Iris llamó para decirle que la chica no podría cuidar de Peter al día siguiente.
—Pues a menos que lo traiga al hospital y yo lo cuide, señor Ferguson —dijo el muchacho—, pero es que a Iris la acaban de operar de apendicitis.
—Está bien, señora Keller, Danna puede darle la llave, yo procuraré pasar por ahí un rato para asegurarme de que todo marche bien. Estoy seguro de que una señora mayor y respetable como usted no tendrá problemas en la tienda. Le agradezco mucho su ayuda.
Levi dio las gracias a Dios por haber encontrado quien los cubriera... y se las retiraría al día siguiente cuando llegó a la estación del teleférico y vio aquel cartel donde ponía que los productos que vendían costaban tres veces su valor.
—¡Cristo divino! ¡La bancarrota! —exclamó, y lo que se dirigió a la tienda fue el lobo feroz.
El problema era que la tienda estaba llena hasta reventar, y lo que había del otro lado del mostrador no era precisamente la caperucita. Aquello era una valquiria, mensajera de la muerte, sierva de Odín, creadora de héroes; aquel era su campo de batalla, cien guerreros estaban a sus pies y ella los controlaba a todos... ¡con una maldit@ tanga negra bajo una minifalda plisada!
"¡Es que la mato, yo la mato!" Levi sintió que se ahogaba con su propia saliva y tosió antes de poner a todos aquellos hombres a hacer fila para que no le rompieran las puertas.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó enfadado llegando hasta el mostrador—. ¿Cómo se te ocurre vender los artículos al triple de su precio? —la interrogó.
Los ojos de la chica se posaron en los suyos con curiosidad y se inclinó hacia él con una sonrisa coqueta que le disparó los más perversos instintos.
—¿Tú eres Levi?
"¡El diablo, soy el diablo!", pensó él.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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