Levi se quedó atónito. No podía creer lo que sentía por la mujer rubia que tenía delante. Estaba seguro de haber acabado con todo eso, de que nunca volvería a sentir algo así. Estaba seguro de que había aprendido la lección y podría mantenerse alejado de mujeres como ella. Al fin y al cabo, sólo traían complicaciones.
Pero sus ojos bajaron sin que pudiera evitarlo hacia esa línea en que sus senos se juntaban, y por donde corría una gota de sudor. Y Levi de dio cuenta de que habría dado lo que fuera por quitársela con la lengua.
Su reacción fue instintiva: gritarle.
La de ella fue mejor: ponerlo en su sitio de tal modo que Levi pasó la siguiente hora con el bambineto de su hijo sobre el regazo porque no había forma de disimular aquella erección.
La mitad del tiempo cerraba los ojos, y la otra mitad hervía solo de imaginar que todos los hombres que había en la tienda querían hacerle exactamente lo mismo que él.
—¿Estás feliz? —gruñó cuando por fin todo quedó vacío.
—Casi feliz —respondió ella antes de anunciar que iba a ir a cambiarse.
Pero si Levi estaba molesto porque la chica con poca ropa le gustaba, cuando la vio completamente vestida su corazón casi se detuvo.
Ahí estaba, atraído por esa mujer como hacía años que no se sentía atraído por nadie... hasta que supo quién era.
—Noémi Keller —se presentó alargando la mano y Levi sintió que se le paraban hasta los pensamientos.
—¿Usted...? ¿La hermana...? ¿La señora Keller...? —tartamudeó.
—Señorita —aclaró ella con tono agresivo—. La próxima vez que me vuelvas a llamar "señora mayor" me voy a subir a este mostrador y te enseñaré todas las partes del cuerpo que me faltaron por enseñar hoy. Bien… Hasta luego, señor Jefe.
Noémi Keller salió de allí con el paso de una diosa venerada y Levi tragó saliva. Sentía que el cuerpo le ardía.
—¡Maldición! Me juré que no iba a volver a descontrolarme así por ninguna mujer —gruñó mientras besaba la cabecita de su hijo con cariño.
Cerró la tienda y se fue a casa, agradecido porque no tendría que trabajar y se podría quedar con su bebé unos cuantos días. Sin embargo, no podía dejar de pensar en ella. Noémi Keller había despertado en él una atracción que honestamente le molestaba mucho.
—Tienes que encontrar una buena mujer, es todo lo que necesitas —le dijo Freya, su vecina, mientras le hacía ojitos después de traerle un paquete que habían dejado en su puerta por equivocación.
Freya siempre estaba sonriéndole más de lo necesario, pero Levi no la había mirado más de dos veces seguidas.
—Yo no necesito una buena mujer —replicó él—. Lo que necesito es aprender a hacer bien un biberón y a sacar el aire a ver si no le dan cólicos a mi hijo.
—Entonces solo me das la razón, porque una buena mujer podría enseñarte eso —insistió Freya poniendo una mano sobre la suya, pero Levi la retiró al instante.
—Freya, te agradezco los consejos, pero la realidad es que no quiero una mujer, ni una relación, ni a nadie metida en mi casa —sentenció él mientras cada músculo de su cuerpo se tensaba.
Eso era lo que le había gustado de Odessa en primer lugar, que era una buena chica, respetuosa, callada, de su casa. Lista para un matrimonio y un compromiso para toda la vida... hasta que otra polla los separara.
Notaba el calor de su boca acariciando cada centímetro de su miembro, y gruñó de gusto al sentir los movimientos lentos e intensos de su lengua mientras sus manos recorrían el contorno de sus muslos y sus nalgas.
El tacto de sus labios, la profundidad de su boca, el calor de su lengua... Levi se sentía cada vez más excitado hasta que no pudo contenerse por más tiempo. Un grito ahogado desde el fondo de su garganta acabó con toda lucha interna y se aferró al cabello de Noémi mientras explotaba en su boca.
La sensación fue tan intensa que sentía como si se rompiera. Gimió intensamente mientras sentía cómo todo su semen recorría la garganta de Noémi, y ella se quedó ahí succionado todavía, hasta que todo su cuerpo se fue hacia adelante... y Levi se rompió la frente contra el suelo.
—¡Maldición! —gruñó sintiendo la sangre correr desde un corte sobre su ceja derecha.
Se sentó en el suelo y respiró profundo, pero todavía podía sentir el calor de su boca y las caricias de sus dedos sobre sus piernas. Tenía el bóxer perdido de semen y las sábanas no estaban mejor.
—¡Lo que me faltaba! —rezongó—. ¡Tener sueños húmedos con la señora exhibicionista! ¡Ni que tuviera trece años, coño!
Se levantó frustrado y se lavó la herida en el lavabo del baño. Cambió las sábanas y puso los ojos en blanco antes de cerrarlos para intentar dormir de nuevo, pero todas aquellas imágenes húmedas y eróticas no lo dejaron conciliar el sueño otra vez.
Se levantó al día siguiente de mal humor, pero como su hijo no tenía la culpa, trató de no transmitírselo. Subió en el teleférico hasta la tienda y lo dejó tranquilito en su bambineto mientras él hacía inventario. Envió los correos correspondientes solicitando más mercancía y luego preparó un biberón para Peter.
El bebé había estado incómodo todo el día, solo quiso tomarse medio biberón y luego se puso a llorar como Levi lo había visto pocas veces antes. Casi estaba a punto de desesperarse cuando escuchó que la puerta se abría tras él.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó aquella voz coqueta y a Levi se le desbocó el corazón, porque ni siquiera la había visto y ya estaba imaginando aquella boca... y todo lo que cabía en ella.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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