Levi apretó los labios en una mueca de impotencia. Ni siquiera sabía por qué estaba tan molesto, él jamás había sido un hombre maleducado y mucho menos grosero, pero aquella mujer tenía algo que lo sacaba de sus casillas. Sin embargo no pudo disculparse como correspondía, porque ella se subió al auto y pisó el acelerador sin darle tiempo a nada.
Levi miró al tipo que se retorcía en el suelo, es que ni siquiera valía la pena darle una patadita de advertencia, con lo que Noémi le había hecho estaría orinándose encima los siguientes tres días sin poder evitarlo.
Esa noche no durmió, ¡y conste que fue por el bebé, no por ella! O al menos eso era lo que se decía para consolarse, pero lo cierto era que estaba pensando en ella muy seguido.
Y Noémi también pensaba en él, pero cuando Danna le preguntó al día siguiente en la mañana, solo suspiró con cansancio.
—Tu jueguito no salió nada bien, cuñada —murmuró mientras caminaban hacia el teleférico—. Y por cierto tu jefe es un ogro, qué bueno que no es marido de nadie.
Danna se aguantó el regaño y cuando llegaron a la cima hizo un puchero.
—¿De verdad te vas mañana?
—Sí, y hoy quiero estar tranquila, así que con tu permiso ni siquiera voy a pasar frente a tu tienda —respondió Noémi—. Estaré de vuelta para la noche. Nos vemos, linda.
Rentó una de las motos de nieve cerca de la estación y se perdió por el sendero que iba al oeste de la montaña.
Danna apretó los puños y entró en la tienda.
—¿Qué le hiciste a Noe? —fue su saludo y Levi pestañeó despacio.
—¿Entonces en serio fuiste tú la de la idea? —le reclamó él—. ¡Casi le digo solterona desesperada por tu culpa, Danna!
—¡Pues claro que es peligroso, esto es una montaña, Danna, si no es pista certificada todo es peligroso! —rugió él dirigiéndose apurado a la puerta—. ¡Maldit@ sea la chiquilla caprichosa esta, ya va a ver cuando la encuentre...!
Dos minutos después Danna veía aquella moto de nieve volar por el camino oeste con su jefe encima.
—¡Uuuuy sí! Se te nota que no te interesa —murmuró entrando a la tienda y preparándose para recibir clientes.
Mientras tanto, Noémi había el seguido el sendero oeste y después de la primera bifurcación se desvió un poco montaña arriba. Iba a Lucerna desde que era una niña y sus hermanos solían llevarla por aquel camino. Las pistas eran bulliciosas y entretenidas, en cambio la ladera posterior de la montaña era hermosa, tranquila, llena de un silencio perfecto cuando uno quería estar solo.
Tardó muy poco en llegar al pequeño lago que en aquella época del año tenía la superficie congelada, pero aun así había algo especial en lo que entretenerse.
Estacionó la moto de nieve junto a un árbol, se echó su mochila al hombro y subió caminando un poco más hasta que entre los árboles encontró la pequeña casita, medía tres por tres metros, y estaba bien escondida en medio del bosquecillo de pinos jóvenes. Abrió el candado con la llave que tenía y miró dentro, todo el equipo para pesca en hielo estaba allí, y esa era una de las cosas que más le gustaba hacer a Noémi.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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