Levi estaba al fondo de la sala, y los murmullos se interrumpieron al verlo avanzar.
Noémi apretó inconscientemente la mano que tenía entre la de Nino, pero él no hizo un solo gesto de molestia. Por supuesto que ella no le había dicho a Levi dónde era la boda, pero él no era idiota, rastrearla hasta el juzgado de la ciudad no era una misión imposible mientras supiera qué día se casaba.
Levi la observó de arriba a abajo mientras estaba de pie y le dirigió una mirada de disculpa.
—Lo siento —murmuró—. Por todo lo que hice, pero esto no puede terminar así.
Se miró a Nino con expresión decidida y le sonrió.
—Sé que no tengo derecho a oponerme a esta boda, pero creo que te respeto lo suficiente como para advertirte: no descansaré hasta que Noe regrese conmigo. No me importa si está casada, no me importa si te dio su palabra, no me importa nada. Voy a ser su sombra hasta que la recupere.
Nino no movió ni un solo músculo, pero el corazón de Noémi estaba desbocado. Dio un paso hacia Levi y le suplicó:
—Por favor, vete. No me hagas esto.
Levi pasó saliva y sus ojos se humedecieron, pero finalmente asintió.
—Está bien. Pero no me voy a regresar a Noruega. Voy a estar aquí esperándote para cuando sea que regreses —sentenció con firmeza y luego le sonrió con dulzura—. Estás muy linda hoy.
Sabía que no podía hacer nada más, así que se dio la vuelta y se dirigió hacia la salida. Acababa de perder a Noémi por segunda vez, y esta vez quizás para siempre, pero ya no tenía intenciones de desistir. Se quedaría. Pasara lo que pasara. Aunque saliera herido. Aunque tuviera que conformarse con menos, cualquier parte de ella era mejor que ninguna parte.
¿La amaba? Con locura.
¿Se había dado cuenta tarde? Demasiado tarde.
¿Podía arreglarlo? No lo sabía, pero igual lo iba a intentar.
Dentro del juzgado Noémi se quedó como aturdida. Nino la miraba atentamente, podía sentir su corazón acelerado en aquellas respiraciones rápidas y entrecortadas, pero solo le tomó un minuto adueñarse de sí misma y girarse hacia el juez con expresión neutra.
—No creí que fueras a hacerlo —murmuró Zack con un suspiro decepcionado.
—No quiero hablar de eso —replicó Noémi.
—Y no tienes que hacerlo. Ya déjenla tranquila —replicó su padre, pasando un brazo sobre sus hombros y sacándola de allí—. Escucha princesa, estoy confiando en ti, como siempre —murmuró acariciando su mejilla—. Crie a una buena hija, a una hija fuerte, y sé que asegurarás tu felicidad para que tu padre pueda estar en paz. ¿Es así? ¿Serás feliz?
Noémi lo abrazó con fuerza y durante unos minutos se permitió descansar en el calor de su protección.
—Claro que voy a estar bien —le dijo—. Claro que voy a ser feliz.
Cuando Nino terminó los trámites y pasó a buscarla, los dos se despidieron de todos y subieron de vuelta a la limusina. El avión despegó media hora después y esa misma noche un barco zarpaba del puerto de San Marino con los recién casados a bordo.
Noémi se sentó en la popa del bote, contemplando el horizonte y tratando de encontrar la paz en aquel momento. Se sentía aliviada al salir del caos de la ciudad y respirar el aire fresco del mar. El barco se alejó de la costa y se dejó mecer por la suave brisa marina. Sin embargo la paz no llegaba, y para cuando Nino se acercó a ella con una con una bandeja de champán y fresas, y una sonrisa, Noémi ya estaba con las lágrimas al borde de los ojos mientras sacudía su teléfono.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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