Él tomó su rostro entre sus manos y negó.
—Nena escucha, tú no estás acostumbrada a este frío. Esquías de cuando en cuando, pero la temperatura en la montaña no es ni remotamente parecida a la de la ciudad por más fría que esta sea. Yo sí sé lidiar con este frío, a mí no va a pasarme nada, así que necesito que tú salgas de aquí y vayas por ayuda, ¿entendido?
Noemi no era de naturaleza llorona, pero no podía negar que tenía el corazón atenazado por el miedo.
Levi la ayudó a subirse a su espalda y después ella hizo equilibrio para poner sus pies sobre sus hombros. Se estiró hacia arriba, intentando alcanzar el borde del pozo, pero no había mucho de dónde agarrarse y cada vez que intentaba hacer fuerza se resbalaba.
Se cayó un par de veces y a la tercera, mientras Levi la agarraba con fuerza para evitar que se golpeara, ella dejó escapar un largo suspiro y se apoyó en su pecho.
—Eres un maldito psicópata —lo acusó con desesperación—. ¿Cómo pudiste cometer esta locura? ¡Tienes un hijo, imbécil! ¿No pensaste en él si algo te pasa?
Levi la miró a los ojos y la besó en los labios con suavidad.
—No tienes que preocuparte por eso —dijo con seguridad—. Si a mí me pasa algo, sé que mi hijo ya tiene a su mamá.
No era una insinuación, era una directa, directa al pecho derecho y sin vaselina, y A Noémi no le importó pasar frío solo por quitarse un zapato y golpearlo con él.
—¡Te mato, yo te mato, Levi! ¡¿Sola y encima con Peter?! ¡Tú tienes que tener las pelotas más grandes que el cerebro! —le gritó—. ¡Súbeme de una vez, que te voy a dejar aquí, congelándote el trasero!
Levi sonrió, sabiendo que todo aquel escándalo era solo para cubrir el hecho de que estaba muy asustada. Volvió a levantarla sobre sus hombros, pero esta vez se esforzó más y sosteniendo sus pies con las manos, gruñó del esfuerzo para subirla.
—Pero es peligroso...
—¡Ya lo sé, pero nosotros lo descubrimos y lo evitamos! —replicó el muchacho—. Nosotros podemos hacer esto. Solo llegar allá nos tomará quince minutos, si además esperamos que traigan a los expertos más cercanos, esto será un desastre.
El señor Larsen miró a Noémi, pero todo en ella se veía absolutamente dispuesto a regresar a esa montaña.
—Bien, vayan ustedes primero —accedió—. En cuanto llegue la ayuda los enviaré allá.
Los muchachos asintieron y en poco tiempo emprendían aquella marcha forzada y agotadora, cargando sus equipos en medio de la nieve hasta lo alto de la otra ladera. Noémi iba tras ellos sin quejarse, aunque el cuerpo le dolía y estaba exhausta. Pero solo podía pensar en él en aquel pozo; en él y en Peter, y rezó para que fuera tan testarudo para sobrevivir como lo era para ser su dolor de cabeza.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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