Chiara caminaba desesperada de un lado a otro de la habitación.
—No puede ser... ¡Dios, no puede ser! —exclamó mientras la angustia se apoderaba de su corazón.
Al otro lado del escritorio estaba Noémi, tan consternada y asustada como ella.
—No entiendo cómo esto pudo filtrarse. Quiero decir... ¡Solo nosotras tenemos acceso a esas cuentas! ¡Ni siquiera los gerentes regionales... nadie aparte de nosotras, Chiara!
—¿¡Entonces cómo pasó!? ¡¿Nos hackearon?! —espetó su gemela—. ¡Es que no puede ser, Dios mío! Tenemos que averiguar cómo se metieron en nuestros servidores. El resto de nuestros clientes pueden estar comprometidos también. ¡Maldición!
Chiara sentía que la cabeza le iba a estallar, se mareó y se apoyó en el escritorio con la cabeza gacha para soportarlo. Noémi salió a hacer una diligencia tras otra, pero finalmente no tuvo más remedio que levantar el celular y hacer aquella llamada.
Por desgracia, muy pronto se dio cuenta de que el problema era más grande de lo que creía. Franco Garibaldi, el Conte de la ’Ndrangheta, había sido detenido por Interpol bajo acusaciones de fraude y evasión de impuestos. ¡Y habían usado los registros del Asterion Bank para sustentar una evasión al fisco de ciento veinte millones de euros!
La esposa de Garibaldi estaba que echaba fuego por los ojos, se lo habían llevado preso a la Haya y sabían que esa solo sería la punta del iceberg. Si no lograban sacarlo rápido, la interpol aprovecharía la oportunidad de meter las manos en el resto de sus asuntos y muy pronto todo saldría a la luz.
—Tienes una semana —sentenció la Mamma—. Entiendo tu posición, pero la mía es proteger a mi familia. Saca a mi marido de la cárcel, porque esta responsabilidad está sobre ustedes, señora Keller.
No había más que decir. No hacía falta que la Mamma de la ‘Ndrangheta la amenazara con lastimarla a ella o a su familia, Chiara era muy consciente de que podía hacerlo y de que los registros del Asterion ponían toda la culpa sobre sus hombros.
Pulsó un botón del telefonillo y su asistente entró de inmediato.
—Reúne al equipo de abogados de la compañía —le ordenó—. Salimos hacia La Haya en una hora.
Chiara recogió la misma maleta con la que había llegado y subió al jet privado. El avión estaba lleno de abogados y nadie descansó en esas horas.
—¿Esto es todo? —preguntó con tono neutro el italiano.
—Es un amparo momentáneo, señor Garibaldi —respondió Chiara—, pero le garantizo que no necesitará pasar una semana en prisión, incluso si solo es preventiva. Me encargaré de sacarlo de aquí antes de eso, sin importar lo que haya que hacer.
Franco asintió con un movimiento ligero.
—¿Tiene idea de quién está detrás de esto? —preguntó él y Chiara se revolvió incómoda en su silla.
—No fuimos nosotros, eso se lo aseguro —insistió ella—. Me dijeron que la acusación venía de interpol, pero...
—¡Esa es una excusa! ¡Y una muy mala! —exclamó Franco exasperado—. Están usando a la Interpol como Caballo de Troya, pero le garantizo que esto no salió de ellos, porque la Interpol está en mi bolsillo. Así que si yo estoy sentado en esta silla, señorita Keller, es porque alguien y alguna agencia mucho más fuerte que la Interpol está detrás de esto.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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