Chiara pasó saliva y desvió la mirada, a su cabeza solo venía Jhon, pero no porque creyera que él tenía nada que ver con aquello, sino porque su primer pensamiento era pedirle ayuda para solucionar aquello.
—Solo serán unos días, señor Garibaldi. Le aseguro que lo sacaré de aquí.
Y esa era una promesa que debía cumplir a como diera lugar.
Salió de la corte de justicia y dejó a los abogados instalados en la ciudad mientras ella seguía hacia París en aquel avión. Mientras subía la escalera hacia su ático, el corazón le latía desesperadamente, y en el mismo momento en que se asomó a la puerta, Jhon tuvo que lanzarse a alcanzarla, porque parecía que se iba a desmayar de un momento a otro.
—¡Chiara! ¡¿Nena qué pasa...?! —"¡Maldición!", él sabía muy bien lo que pasaba.
Pero ella solo se dirigió hacia la cocina y se lavó la cara con agua del grifo, esperando que aquel mareo se le pasara.
—Necesito que me ayudes —murmuró ella—. ¡Necesito que me ayude, Jhon, por favor! ¡Todo es un desastre y el banco... mi familia...!
Chiara se cubrió el rostro con las manos y lloró amargamente, no sabía qué hacer y estaba desesperada.
—Pero cuéntame... explícame nena, ¿qué pasa?
—¡Nos hackearon! ¡Hackearon el banco y sacaron cuentas de mis clientes! —exclamó ella sollozando con una desesperación que le rompió el corazón a Jhon—. ¡No sé quién lo hizo pero esos registros están siendo usados ahora mismo contra uno de mis clientes e obviamente él responsabiliza al banco... y a mí!
Jhon se puso de pie de inmediato.
—No... eso no puede ser...
—¡Me estoy volviendo loca, Jhon! ¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que hacer algo para sacar a este hombre de la cárcel...! ¡Por favor ayúdame a encontrar al responsable de esto! ¡Tus muchachos de tecnología pueden encontrarlo! ¿no?
Chiara se detuvo en medio de la sala.
—¿Te has vuelto loco, Jhon? Cada cliente que tenemos se irá porque no confiarán en nuestra seguridad! —exclamó—. ¡Todas las personas que amo saldrán lastimadas! ¡El trabajo que amo y al que dediqué mi vida!... ¡Por dios el trabajo de mi padre! ¡Mi padre dedicó su vida a ese banco...!
—¡Pues él también debió pensarlo mejor antes de hacer negocios con la mafia, y debió enseñarte a ti lo mismo! —gruñó Jhon lleno de impotencia—. ¡Esto no es tu culpa, lávate las manos y deja que enjuicien a Garibaldi! Yo me encargaré de protegerlos a ti y a tu fam...!
Pero no terminó de hablar, el cuerpo de Chiara se balanceó peligrosamente hacia atrás y cayó sobre la alfombra desmayada.
Jhon soltó diez maldiciones mientras la levantaba a pesar del dolor en la cadera, y la acostó en el sofá, buscando un frasquito de sales en el botiquín para reanimarla. Sin embargo en el mismo momento en que Chiara Keller volvió a abrir los ojos, su expresión se convirtió en una máscara vacía, porque en ningún momento ella había mencionado el nombre Franco Garibaldi.
—Fuiste tú... —susurró mientras lo miraba a los ojos y veía la culpa reflejada en ellos—. Tú lo hiciste, Jhon... fuiste tú.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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