Chiara enmudeció y abrió los ojos mientras él sacudía su mano con un saludo delicado.
—¿Hanover...? —No era un apellido muy común y ella conocía a un Hanover—. ¿De casualidad conoces a... Oskar, Oskar Hanover?
Oskar Hanover había sido por muchos años uno de los gerentes regionales más importantes del Asterion Bank y su padre lo tenía en muy alta estima.
—Sí, Oskar es mi padre —sonrió Viktor—. Nosotros nos vimos un par de veces en los pasillos del Asterion, cuando éramos niños, pero bueno... usted siempre iba con su gemela y yo era un mocoso con gafas de miope.
Chiara sonrió con nostalgia y asintió, recordando aquellos momentos tan bonitos de su infancia.
—No me trates de usted, por favor. Literalmente no puedo estar en peor posición como para que me guarden tantas formalidades —murmuró.
Por toda respuesta Viktor sacó una silla para invitarla a sentarse, y en lugar de irse tras su escritorio, se sentó en otra frente a ella con un gesto familiar.
—Entonces sin formalidades, lamento mucho lo que te está pasando, no es para nada justo —le dijo—. Papá estaba muy alterado cuando se enteró, sabemos que los bancos están protegidos por la constitución, que somos paraíso fiscal y tal... pero la gente de fuera no entiende eso.
Chiara suspiró con cansancio porque ya había pensado en eso cientos de veces.
—Así es. La ley nos protege a nosotros, pero no a nuestros clientes, y cuando algo como esto pasa... alguien tiene que pagar. Es solo eso.
Víktor hizo una mueca de disgusto.
—Es verdad, alguien tiene que pagar. En alguna ocasión mi padre estuvo cerca de un problema así y recuerdo que el señor Nikola metió las manos y todo lo demás al fuego para sacarlo ileso —le dijo—. Así que con todo gusto voy a devolverle ese favor.
Atravesaron despacio todo el pabellón hasta que llegaron a un área especial. Víktor abrió una puerta y Chiara entró a lo que parecía un pequeño departamento.
—Víktor, ¿qué es esto? —preguntó mirando alrededor.
Era un espacio completamente abierto, pero tenía una cama cómoda, un saloncito, cocina y barra de desayunar, refrigerador, baño y una pequeña terraza desde la que se podía ver el jardín y más allá las montañas.
—Tenemos estas habitaciones para mujeres que tienen a sus bebés aquí. Pueden estar hasta los tres años con sus hijos, y normalmente las traemos un par de semanas antes de dar a luz, pero en tu caso, puedes quedarte desde ahora —le dijo él—. Tienes televisor, libros, si quieres puedo traerte una computadora, celular... lo que sea que necesites. Puedes bajar a comer o puedo traerte para que prepares tu propia comida, solo tienes que decirm...
Pero Víktor no acabó. Chiara se sentó en el sofá y escondió el rostro entre las manos mientras estallaba en lágrimas que ya no podía controlar. Él se sentó a su lado y pasó un brazo sobre sus hombros.
—A ver, Trencitas —le dijo recordando cómo la llamaba el señor Nikola—. No llores más. Solo imagínatelo como un tiempo sabático. Aquí vas a estar bien —le sonrió con confianza—. Te prometo que aquí van a estar bien, los dos.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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