El chófer no llegó para el final de la fiesta. Yo estaba completamente ebria y estaba perdiendo partes de mi memoria, no hubiera sido capaz de reconstruir lo que había sucedido durante la fiesta, aunque me esforzara. La fiesta se celebraba en un lugar alejado de la ciudad, sin coche tendríamos que caminar una larga distancia antes de llegar a ella. Recuerdo haber caminado por la carretera vacía hacia la ciudad con Roberto, seguía vomitando mientras caminaba, era como un aspersor móvil. Mi cabeza empezó a despejarse después de haberme vaciado el estómago por tanto vomitar.
Últimamente, el ritmo con el que me embriagaba iba en aumento, cada vez me comportaba menos como yo misma. Cuando por fin conseguí recuperar algo de claridad en mi cabeza, me tambaleé sobre mis pies, era como pasear en un coche muy pequeño que conducía muy despacio o como dar un viaje en un carrito tirado por un toro. Eso no estaba bien, no estaba en un coche, iba tendida en la espalda de alguien, el cual me cargaba mientras avanzaba con dificultad. Me sujeté de las orejas que estaban delante de mí y eché un vistazo a la cara de la persona, nuestras miradas se encontraron después de que consiguiera inclinar su rostro hacia el mío a la fuerza, Roberto era el que me estaba cargando.
Mi cerebro estaba lleno de alcohol y éste era coraje líquido. Me eché a reír.
-Roberto, ¿desde cuándo te convertiste en un toro?
Se zafó furioso de mi agarre y continuó su marcha hacia delante. Su espalda era ancha y fornida, se sentía cómodo al extenderse sobre él de esa manera, sin embargo, su pelo corto me producía un poco de escozor, intenté apoyar mi cabeza sobre su hombro. Esta noche a luna resplandecía, nos alumbraba y hacía que el pendiente de su oreja brillara de una forma única.
-Roberto —dije mientras jugaba con su pendiente—. Eres el tercer hombre de este mundo que me lleva sobre su espalda.
-Querrás decir el primero -dijo.
Debía de estar furioso, me había contestado.
-¡Ese es mi padre! Solía cargarme cuando era niña y me dejaba subir a sus hombros. Yo pensaba que era la niña más alta del mundo.
-El segundo entonces.
-Ese es Andrés. Nos llevó a Abril y a mí a un parque de diversiones cuando éramos adolescentes. Nos divertimos tanto que al final del día, cuando llegó la hora de volver, yo estaba agotada. Andrés me llevó de regreso, Abril también quería que la cargaran, estaba exhausta al final del día. ¡Ja, ja, ja! -Me sacudí en la espalda de Roberto y no pude dejar de reír.
—Si no dejas de moverte -dijo amenazante—. Te soltaré.
Hice lo que me dijo al instante, me recliné sobre su espalda sin moverme para nada y pronto me quedé dormida. Cuando me desperté, me encontré sentada en una banca, Roberto estaba sentado a mi lado, para entonces ya estaba casi lúcida. Roberto jadeaba como un perro a mi lado, lo miré con asombro y luego parpadeé, los recuerdos de lo sucedido volvieron al instante a mi memoria. Apoyé la cabeza en su hombro y seguí fingiendo que estaba ebria y dormida, pero me apartó la cabeza de su hombro y me dijo: -Deja de fingir. Ya vomitaste tres veces y te bebiste tres botellas de agua. Sólo fueron unos cócteles. ¿Cuánto tiempo crees que puedes seguir ebria solo con eso?
Levanté la vista, no parecía estar muy enfadado así que mi preocupación disminuyó.
-Lo siento -dije mientras me frotaba la nariz-. Me embriago con facilidad.
-¿Acaso te hice beber?
—Recuerdo que me hiciste beber en tu lugar.
Soltó una carcajada furiosa.
—No estás tan ebria si puedes recordar eso con tanta claridad.
Se estaba riendo, así que probablemente no estaba tan enfadado. Había una botella de agua a mi lado, la tomé y empecé a beber a toda prisa, vacié toda la botella y después me sentí llena.
-¿En dónde estamos en este momento? -Miré hacia abajo y me di cuenta de que mis pies estaban descalzos. Mis tacones estaban junto a mí en la banca—. ¿Por qué me quitaste los zapatos?
—No parabas de vomitar y de quejarte de que los tacones te mordían los pies cada que dabas unos pasos. Debería haberte dejado al lado de la carretera.
—¿Por eso me llevas a cuestas? -dije, estaba muy agradecida—. Eres un tipo muy amable.
esbozó una sonrisa.
—De nada.
Ya había descansado bastante y mi vejiga se sentía pesada, miré a mi alrededor, la zona estaba desierta, no había ningún edificio a la vista.
—Ahora puedes caminar por tu cuenta, ¿verdad? —Roberto dijo mientras me daba los tacones.
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