Jazmín secó sus lágrimas con rapidez antes de ingresar a la sala de emergencia donde se encontraba su abuela. Aunque había borrado las evidencias de dolor de su rostro, no podía evitar las ganas de romper en llanto.
La mujer yacía en la cama, con el cuerpo inmóvil y la mirada perdida en algún punto del techo. Su piel, arrugada y pálida, parecía aún más delgada bajo la tenue luz de la habitación. Uno de sus brazos colgaba sin fuerza al costado, mientras el otro reposaba sobre su abdomen. La comisura izquierda de su boca está ligeramente caída, signo visible del accidente cerebrovascular que había sufrido horas antes.
Su respiración era lenta y entrecortada. Sus ojos, aunque abiertos, no parecían reconocer nada; pero cuando su nieta se acercó, parpadeó ligeramente sugiriendo que algo en su interior aún permanecía despierto.
—¿Cómo te sientes abuela? —murmuró Jazmín, sosteniendo con ternura la mano que reposaba sobre el abdomen de su abuela.
Teresa sólo asintió levemente, apenas podía moverse. El ACV había dejado graves secuelas en la sexagenaria.
—Pronto vas a estar bien, abuela.
La entrada de la enfermera en la habitación interrumpió la dramática escena.
—Tiene que aguardar afuera. Debo colocarla el tratamiento, la paciente debe descansar.
—Pero si acabo de llegar —replicó Jazmín.
—Lo siento pero son órdenes estrictas del médico. —dijo la mujer.
—Necesito conversar con el médico, ¿Dónde puedo ubicarlo? —preguntó Jazmín visiblemente preocupada.
—El Dr Dávila está en su consultorio, pasando consultas. —respondió la mujer— Mas, por ahora no creo que pueda atenderla. —agregó.
—Lo que sucede es que además de conversar con el doctor sobre la situación de mi abuela, necesito un justificativo para llevarlo a mi trabajo… o corro el riesgo de que me despidan. ¿Entiende?
—Pues si es usted quien se va a ocupar de cuidar de la paciente, creo que tendrá que renunciar a su trabajo o contratar a alguien que cuide de ella.
—No tengo dinero para contratar a alguien ni tampoco puedo dejar de trabajar —respondió algo ansiosa y mal humorada. La manera tan sencilla como la enfermera parecía resolverle la vida sin conocer su realidad, la hacia sentirse culpable de todo lo que estaba sucediendo.
Cuando Jazmín volvió el rostro, vio las lágrimas rodando por las mejillas de Teresa, aquello le rompió el alma. Había sido imprudente al contestar de forma impulsiva, sin considerar la condición física, y sobre todo emocional, de su abuela.
Teresa siempre había sido una mujer trabajadora y fuerte. Llevaba más de veinte años trabajando como cocinera en el restaurante de una pareja de emigrantes italianos. Esa semana fue la excepción, no había podido asistir como normalmente lo hacía, ya que tenía dos días sintiendo mareos y perdida de la visión.
—No te pongas así, abuela. Yo haré todo lo que sea necesario para cuidar de ti y trabajar también.
La mujer cerró los ojos con suavidad, confiaba en su nieta, así como ella confiaba en ella. Sólo se tenían la una a la otra. Siempre habían luchado juntas.
Aquella situación inesperada de Teresa, provocaba en Jazmín, no sólo ansiedad sino preocupación. Si tenía que cuidar de su abuela, tendría que detener sus estudios de psicología y buscar un empleo de medio tiempo que le permitiera mantenerse y mantener a su abuela, quien ahora no podría seguir trabajando.
Jazmín salió de la habitación, caminó por el largo pasillo y de pronto a su mente vino la imagen del hombre con quien tropezó, mientras corría a ver a su abuela. Aunque sólo había sido un pequeño incidente, bastó que el pelicastaño la sujetara para que su cuerpo y su piel se estremecieran por completo.
En ese momento lo vio venir de regreso por el pasillo. Era demasiada casualidad que justo cuando ella estaba recordándolo aquel hombre apareciera nuevamente. Sin embargo, el hombre pasó a su lado sin mirarla siquiera.
“Arrogante” pensó ella. Jazmín se sentó en una de las sillas, sacó su móvil para informarle a su jefe sobre la situación de su abuela y su dificultad para volver esa tarde a su trabajo como terapista de su hija Vanessa, la cual, presentaba TDHA.
“Sr Jones, no podré asistir en mi segundo turno, mi abuela está bastante delicada de salud, lo cual me impide regresar. Creo que necesitaré de un par de días para resolver su situación.”
Jazmín envió el mensaje, sin imaginar la pronta respuesta de –hasta ahora– su jefe.
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