Jazmín caminó sin mirar atrás hasta que se detuvo en la puerta de la habitación de su abuela, mientras lo hacía aprovechó de voltear de forma discreta hacia el otro lado del pasillo, y vio cuando él, ingresó en una de las habitaciones.
¿A quién tendría hospitalizado en aquel lugar? Se preguntó con curiosidad.
Abrió la puerta con suavidad evitando hacer ruido, entró sigilosamente y se acercó a su abuela con lentitud.
—Mira lo que te traje abuelita… —dijo en voz baja, sacando de la bolsa los dos envases con jugo que había comprado para Teresa.— tu jugo preferido. —agregó Jazmín. Ella sabía cuanto su abuela adoraba el jugo de durazno.
Tomó un vaso desechable y le sirvió un poco. Luego, le dio a beber sorbo a sorbo, mientras le contaba lo que había resuelto esa tarde.
—Don Giuseppe te transfirió el dinero de los dos meses de salario. —La mujer abrió los ojos, intentando hablar y explicarle a su nieta lo que había sucedido, pero no podía modular palabras, la parte derecha de su rostro estaba paralizada, al igual que una parte de su lado izquierdo.— No te agites, abuela. Entiendo como debiste sentirte. ¿Pero sabes qué? Ya le pagué a Don Julián.
La mujer pareció sonreírle con la mirada, la angustia que había estado sintiendo desde hacía dos meses, por fin disminuía un poco. Sin embargo, saber que Jazmín tendría que ocuparse de todo, era algo que la hacía sentir mal. Justo cuando su nieta estaba por graduarse, por cumplir su sueño de ser psicóloga infantil, todo se complicaba para ella.
—En un momento iré a ver al médico, necesito saber cuando te dará de alta y así volver a la pensión.
La expresión en el rostro de Teresa cambió, levantó ligeramente la comisura izquierda de su boca mostrando una sonrisa leve.
Jazmín jaló la silla cerca de la ventana, tomó asiento y bebió el vaso de café que ya había comenzado a enfriarse. Mientras estaba saboreando el líquido, recordó el incidente con el arrogante y obstinado hombre. Sonrió brevemente, después de todo no era tan desagradable como ella pensaba, por lo menos tuvo la delicadeza de llevarle un café.
La enfermera entró para colocarla el tratamiento a Teresa y Jazmín aprovechó para hablar con el médico de guardia.
—La situación de la paciente es bastante estable, ja estafó reaccionando al tratamiento. Mas, considero que debería permanecer por lo menos un par de días más.
—¿Un par de días? —preguntó con preocupación.
—Sería lo ideal. No sabemos si pueda repetirle algún ataque cerebral.
Jazmín suspiró con pesar. El dinero que tenía no le alcanzaba para ir y venir durante esos dos días al hospital. ¿Qué podía hacer para resolver su situación?
—Está bien, doctor. Como usted diga —dijo levantándose del asiento.— Gracias por atenderme.
—No se preocupe, estoy a su orden, Srta Ferrer.
Jazmín salió del consultorio del médico. Caminó por el largo pasillo. De pronto, sintió una rara curiosidad por saber a quién estaba acompañando el hombre del café. Se dirigió hacia el lado contrario a la habitación de su abuela. Pasó frente a la puerta y logró ver por la ventanilla a la pareja juntos. Inesperadamente, experimentó una sensación de desconfort.
¿Por qué le importaba que aquel hombre apuesto, elegante y adinerado estuviese casado o comprometido?
Era lógico que un hombre como él no podía estar disponible. Continuó caminando hasta el final del pasillo y luego se regresó disimuladamente. Justo cuando estaba a un par de pasos de la habitación, la puerta se abrió de forma repentina, Jazmín sintió que su corazón se aceleraba, se detuvo para esperar que saliera. Pero, sus expectativas desaparecieron cuando vio a la enfermera saliendo con un recién nacido en un carrito de traslado.
Jazmín le dio paso y la enfermera le sonrió como un gesto de agradecimiento. Aunque no alcanzó a ver el rostro del bebé, la manta azul que lo cubría ya decía bastante: ¡Era un varón! Su padre debía estar orgulloso y feliz como suelen estarlo la mayoría de los hombres cuando su primogénito es niño.
La chica dejó que la enfermera se alejara y luego regresó a la habitación de su abuela. Se sentía desconcertada, lo más incoherente, era que no tenía ningún motivo aparente para estarlo, ni ninguna lógica razonable.
La enfermera terminó de arreglarle la cama, presionando el botón para bajar la parte de la cabecera.
—La hora de visita terminó. Debe retirarse. —ordenó la enfermera.
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