Él solo podía quedarse sin nada...
Después de que Fernández se fue, Liberto se quedó de pie frente a la barandilla del pasillo, protegiendo el encendedor de metal del viento con su mano, mientras sostenía un cigarrillo entre los labios. La brisa nocturna movía su cabello, y sus ojos, ocultos bajo esos mechones, reflejaban una frialdad sin emoción alguna. Las palabras de Fernández lo habían dejado inquieto, y Liberto intentaba contener esa emoción inexplicable que lo invadía.
"Señor, el acuerdo no representa una amenaza para usted. Con tan solo una palabra suya, el acuerdo podría quedar sin efecto. Absorber el Grupo Jara no tomaría más de medio día, y se convertiría en un juguete en sus manos. La familia Huerta... puede obtener todo en este mundo."
Liberto ya estaba acostumbrado a la aparición y desaparición repentina de esa persona. Podía aparecer en cualquier momento e incluso Liberto, que siempre estaba alaerta, era incapaz de percibir sus movimientos.
Liberto exhaló una bocanada de humo preguntándole: "¿Fuiste tú quien hizo lo de las cámaras?"
"Estoy ayudándote... Esa Sra. Hernández es tu madre adoptiva, quien te cuidó cuando estabas fuera. Ella te hizo un favor. Además, la familia Huerta siempre paga sus deudas. El señor también ordenó que, sin importar las circunstancias, se protegiera su vida. Cualquier condición que ella imponga será incondicionalmente aceptada por la familia Huerta... El señor ha enviado al mejor psicólogo de Europa para tratar a la Sra. Hernández. Creo que pronto saldrá de la tristeza por la pérdida de su hija."
Liberto preguntó: "¿Cuándo llegará?"
El hombre de mediana edad respondió: "A más tardar, pasado mañana."
Liberto no dijo más, solo se quedó mirando la oscura profundidad a lo lejos. A las doce de la noche, el edificio del hospital estaba en completo silencio. No se sabía cuánto tiempo había estado allí, pero las luces del pasillo se apagaron, dejando su figura envuelta en la oscuridad.
Después de un rato, el hombre que lo acompañaba volvió a hablar en un español poco fluido: "¿No estás contento? O tal vez, ¿te has enamorado? Si es así, te aconsejo que la familia Huerta... no aceptará a una mujer con problemas de salud como ella. Su esposa debería ser una dama de familia noble, alguien que esté a la altura de la familia Huerta."
"Señorito, permítame aconsejarle que no pierda tiempo con la familia Jara."
"Clara, ¿estás ahí?"
Un rato después, el sonido de la puerta se escuchó, la cerradura giró, pero no era Clara quien entraba...
Liberto llegó con un vaso de agua tibia y se sentó al borde de la cama. El olor a tabaco aún no se había disipado de su ropa. Antes, cuando planeaban tener un hijo, Liberto había dejado de fumar. Pero en aquel momento, tras la pérdida del bebé, no pudo evitar volver a hacerlo. Sabía que ya no tendría que luchar por dejarlo, porque... aquel accidente había cortado de raíz el deseo de Rafaela de ser madre.
En realidad... a Rafaela no le gustaban mucho los niños. Si su nacimiento no era completo, si no tenía una salud perfecta, ella prefería no tener hijos nunca. Desde las expectativas de una vida pasada, hasta que poco a poco su corazón se fue enfriando, tener hijos o no en el futuro, ya no le importaba. Ella se encontraba en aquel momento en un estado de resignación total.
Liberto no le dio de comer, así que Rafaela tomó un vaso de agua, bebió un sorbo y su garganta se sintió mucho mejor, pero luego preguntó funciendo el ceño de dolor: "¿Dónde está la medicina?"

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Venganza Reencarnada de la Rica Heredera
Excelente novela...