Como una prostituta a la cual visitaba cuando tenía necesidades carnales cada vez, así me sentía actualmente junto a mi esposo.
Hoy era el día en que llegaría para pasar un breve fin de semana conmigo, para luego marcharse y dejarme sola una vez más, sin mirar atrás. Ya se había hecho tan repetitivo que, para mí, era el pan de cada mes. Para muchas personas, el día de su boda representa uno de los momentos más especiales de su vida.
¿Y para mí?
Así fue.
Tantas sonrisas, tanto amor, nuestras miradas dejaban entrever que nuestro matrimonio, a pesar de que fue por contrato para beneficiar a nuestras familias, estaba repleto de amor.
Un amor de papel…
Un amor de beneficios…
Un amor donde él y yo éramos meros objetos para aumentar el dinero de nuestras familias… aunque yo llegué a sentir un profundo amor por él.
Alexander Lennox era propietario de una prestigiosa cadena de restaurantes a nivel global, mientras que mi familia era dueña de una cadena hotelera lujosa y elegante que se expandía cada vez más. Un hotel de cinco estrellas teniendo en cada sucursal uno de los pocos restaurantes de cinco estrellas en todos los países donde estaba… nada podría salir mal.
Nada…
Absolutamente nada…
Fue en una noche, varios meses después de nuestra boda, cuando tuve un fuerte enfrentamiento con la expareja de Alexander, Cassidy. No me importaba que fuera en una de las fiestas más televisadas en Inglaterra… eso no me importó. Las palabras hirientes y llenas de insinuaciones me llevaron a reaccionar de manera agresiva al cachetearla tan fuerte que incluso yo sentí dolor al golpearla. Una gala que estaba siendo televisada. Todos los días atacaban mi reputación, se burlaban de cómo la esposa del gran Alexander podía ser tan vulgar.
¿Qué hizo Alexander?
Lo único que hizo fue enviarme a Northumberland. Un campo tan tranquilo y alejado de las ciudades de Inglaterra que lo único que se podía ver eran las vacas como mero hecho de entretenimiento.
—Señora Lennox, el señor Lennox viene en un par de horas. Él pidió que durante este fin de semana se hicieran sus platos favoritos, ya que está cerca de su cumpleaños. ¿Qué desea agregar?
—Haz lo que quieras, Theodore, a mí no me importa.
Sentada desde la ventana de mi habitación, podía observar la lejanía. El verde del césped contrastaba con los castillos en ruinas, evidenciando el transcurso de los años. Acariciaba levemente mi mano, pues ese día acabaría todo. Durante dos años, Alexander solo venía un fin de semana por mes.
Un fin de semana para recompensar todo el mes que se la pasaba trabajando, o esa era la excusa que me daba. Las expresiones de cariño que solía decir fueron desvaneciéndose gradualmente, y a pesar de mantener esa conexión especial, me causaban dolor. Detestaba que mi corazón continuara amándolo a pesar de soportar el dolor en secreto. Ni siquiera se dignaba a llamarme cuando no estaba, algo que hubiera aliviado mi pesar. Para Alexander, un fin de semana era suficiente.
Desterrada…
Siempre manteniéndome apartada de la sociedad en Inglaterra, pero en esa ocasión no estaba dispuesta a seguir haciéndolo.
Me levantaba con elegancia, dirigiéndome al baño, donde me preparaba. Sabía que a Alexander le tomaba alrededor de tres horas llegar, las cuales utilicé para preparar mi maleta, guardar mi pasaporte y esconderlo en una de las tantas habitaciones que no se utilizaban para nada.
Alexander me había dejado viviendo en una mansión de unas quince habitaciones… donde solo estábamos yo, la sirvienta y mi mayordomo. Nadie… más nadie… nunca se dignó a contratar más personal. Con ellos apenas hablaba, así que la mayor parte del tiempo me la dediqué a aprender oficios como el dibujo, la música e incluso a tejer.
Era eso o morir de aburrimiento. Me dirigía a la habitación donde estaban mis instrumentos, donde comenzaba a tocar el violín. La música se había convertido en mi refugio para no enloquecer en esa casa tan vacía como mi corazón. La puerta se abrió con un leve chirrido y allí estaba él, Alexander, con su porte altivo y esa mirada de hielo que siempre solía llevar.
—Dory —dijo con una voz que sonaba a pretensión de preocupación—, te estaba buscando.
Continuaba tocando, mirando por la ventana, dejando escapar un suspiro sarcástico.
—¿Ah, sí? ¿Ahora sí te interesa saber de mí? —respondí, levantando una ceja— A pesar de que me tienes desterrada en este lugar.
Su mirada se tornó fría, casi cruel, y sentí un escalofrío recorriendo mi espalda, pero lo ignoré completamente.
—Deja de ponerte sensible —respondió con su tono totalmente vil—. Solo intento ser amable.
Una risa sardónica escapó de mis labios.
—No me interesa tu amabilidad —continuaba tocando la canción River in the Flow—. No quiero que estés conmigo por lástima.
Su respuesta fue inmediata y venenosa. Dardos que parecían clavarse en mi cuerpo.
—Jamás estaría por lástima con una mujer —declaró con arrogancia, como si mi existencia le pareciera irrelevante.
Me reí, sintiendo que había golpeado una fibra sensible.
—Seguro que me estás ocultando para estar con Cassidy —le lancé, disfrutando de la chispa de desafío en mis ojos—. Si tanto quieres disfrutar con ella, no tienes la necesidad de mantenerme encerrada. Dime, Alexander, ¿acaso ella lo hace tan mal que todos los meses vienes a buscarme aún?
—¡Cállate! —gritó, su calma quebrándose—. No te atrevas a decir esa tontería. Solo me causas dolor de cabeza con tus afirmaciones ridículas.
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