Al ver ese mensaje, Federico por fin recordó para qué había venido hoy a ese centro comercial.
La aparición repentina de su hermana, fallecida hace once años, había alterado tanto sus emociones que, por un momento, dejó de pensar en Fátima.
Arrugó la frente, mientras sus dedos, casi sin darse cuenta, jugaban con el rosario de rosas en su muñeca derecha.
Malena conocía bien a Federico: ese gesto, junto con la expresión de concentración, solo significaba que estaba dándole vueltas a algo importante.
También escuchó el sonido de notificación en el celular.
Federico le había puesto un tono especial a los mensajes de Fátima.
Como los dos estaban sentados en la misma hilera, Malena solo necesitó voltear un poco para ver el mensaje de Fátima.
¿El jefe está pensando cómo explicarle a su hermana que tiene que irse por algo urgente?
Aquí no cerraron el centro comercial, pero igual podían ir a dar la vuelta a otro lado.
En la memoria de Malena, era la primera vez que Fátima pedía ir de compras con el jefe. ¡Era una oportunidad única!
Mientras tanto, la comelona de Cristina estaba tan ocupada revisando el menú que ni se dio cuenta del pequeño drama.
Cuando terminó de ver la carta, preguntó:
—Federico, ¿tú qué vas a querer?
Federico levantó la vista, pero no alcanzó a contestar.
Malena se adelantó:
—Déjame pedir a mí. El jefe está ocupado.
—¿Ocupado con qué? —Cristina frunció el ceño.
Federico negó con la cabeza, mientras escribía en su celular:
[Hoy no puedo acompañarte a comprar, tengo que atender algo. Otro día será.]
Su hermana recién había regresado. Ya habría tiempo para contarle a ella sobre Fátima.
Fátima era tan encantadora, seguro que la hermana también terminaría queriéndola.
Malena no pudo disimular la sorpresa en su mirada. ¡Era la primera vez que el jefe no salía corriendo detrás de Fátima!
¡Por fin! ¡Es de los que adoran a la hermana! ¡Todavía hay esperanza!
...
Dentro de la camioneta, Fátima también estaba boquiabierta.
Hace un rato, Federico todavía le había mandado varios mensajes preguntando si ya había llegado. ¿Por qué de repente cambia de opinión?
Ya hasta había contratado a un paparazzi para que le tomara fotos.
Cuando René viera los chismes diciendo que Federico cerró el centro comercial solo para ir de compras con ella, seguro se pondría furioso.
Aunque ahora René ya estaba arrepentido y quería volver con ella, Fátima no pensaba perdonarlo tan fácil.
Esta vez, haría que René aprendiera la lección.
Después de pensarlo, le contestó a Federico:
[Fede, ¿estás molesto? Me quedé dormida en el carro y no vi tus mensajes, no fue mi intención no contestarte.]
[/gatito triste/]
El tono especial de notificación era tan largo que sonó dos veces seguidas.
Cristina ahora sí lo notó y preguntó directamente:
Pasaron más de diez minutos y Fátima seguía sin recibir respuesta.
Su expresión se fue endureciendo.
Los paparazzis ya estaban llamando a su asistente para apurarla.
¿Acaso Federico, ese perrito faldero, ahora se sentía muy importante?
Mientras más lo pensaba, más se enojaba. Con el pecho agitado, miró a su asistente:
—¡Vámonos! ¡Que se larguen también los paparazzis! ¿Quién se cree, dejándome plantada?
Aun así, volvió a escribirle por WhatsApp a Federico.
[Ya me voy, Fede. Sigue con tus asuntos, no te molesto más.]
Esta vez, Federico respondió casi de inmediato.
[No estoy molesto, solo tengo que atender algo.]
[Transferencia: 100,000 pesos.]
[Perdón, Fátima. La próxima vez sí te acompaño de compras.]
Al ver esos tres mensajes, Fátima resopló sin responder.
¿Cien mil pesos? ¿Acaso cree que con eso ya me conformo? ¡Ni pensarlo!
Ella sabía que si no aceptaba el dinero, Federico terminaría mandando todavía más. Así era él.
Esperaría a ver cuánto más ofrecía antes de decidir si le dirigía la palabra.
Del otro lado, Cristina casi se desmayó al ver cómo Federico transfería cien mil pesos sin decir ni pío.

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