Después de gastar casi todo lo que llevaban y cenar juntos, Cristina, Malena y Federico regresaron a la casa de Federico.
Durante el camino, Malena aprovechó cada oportunidad para platicar con Federico sobre algunos asuntos del trabajo.
Cristina, por su parte, no dejaba de mirar por la ventana del carro, maravillada con lo diferente que lucía San Fernando. Once años no habían pasado en vano, tanto había cambiado que muchas calles ya no le resultaban familiares.
A decir verdad, Cristina nunca fue buena ubicándose, así que cuando el carro se detuvo frente a la casa, se quedó mirando la fachada, desconcertada.
Arrugó la frente y preguntó:
—¿Remodelaste toda la casa de la familia?
Recordaba que antes la casa tenía un jardín y una gran fuente justo en la entrada. Ahora, en cambio, la construcción se alzaba sola, imponente, como si fuera un gigante callado.
Federico bajó las cosas del carro, su voz sonaba un poco apagada:
—No, esta es una casa nueva que compré.
Cristina lo pensó un momento. Al final de cuentas, Fede ahora era ese típico jefe poderoso.
—¿Y la casa de antes? ¿Se la dejaste a Oli?
—Tampoco. La vendí.
La expresión de Federico se endureció. Cambió de tema:
—Más tarde le llamo a Oli para decirle que ya volviste.
Al entrar, Cristina no se sorprendió por el ambiente: todo sencillo, tirando a lo minimalista, con pocos muebles y un aire solemne que llenaba el lugar.
—¿Oli está en San Fernando ahora? —preguntó Cristina mientras Federico acomodaba todo en la sala.
—No, está de gira dando conciertos en el extranjero.
Cristina parpadeó un par de veces.
—No le digas que ya regresé. Si se entera, capaz deja la gira tirada y se viene volando. Mejor que se entere cuando vuelva.
Con lo controversial que era su hermano en la farándula, cualquier escándalo le haría perder seguidores a la velocidad de la luz.
Federico no insistió. De chicos, él y sus dos hermanos siempre competían por ganarse la atención de su hermana. Oli era el más travieso, siempre lograba sacarle una sonrisa a Cristina. Ahora que solo quedaba él, Federico, podía esforzarse en hacerla sentir bien.
—Está bien, ya entendí.
—¿Por qué vendieron la casa de la familia? —Cristina se dejó caer en el sofá, retomando el tema anterior.
Ella solo recordaba lo esencial de aquel sueño extraño, muchos detalles seguían en blanco.
En ese momento, Malena aprovechó para salir al pasillo con el teléfono en la mano.
—Presidente Soler, salgo a contestar una llamada.
Federico asintió, se sentó en el sofá y, mientras pasaba los dedos por el rosario que siempre llevaba, comenzó a explicar:
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