Antes de morir, el alfa peligroso encontró a su mate pelirroja romance Capítulo 2

—¡¡¡Rayos!!! ¡La fórmula falló! —exclamó Scarlet Simón, con una furia que hizo eco en las paredes solitarias del laboratorio.

Tiró la cabeza hacia atrás con desesperación, como si invocara a los dioses de la ciencia para que descendieran a ayudarla de una vez por todas.

Tenía el ceño fruncido, el rostro encendido y los ojos rojos como tomates a punto de estallar.

Tomó un sorbo de café frío, y una gota le resbaló por la barbilla. Se quedó inmóvil, con los dedos agarrotados sobre la mesa de acero inoxidable. Pero, de repente, el peso del agotamiento la empujó a un trance donde no estaba dormida ni despierta.

Y de pronto… se hallaba sobre un balcón de cristal, en el último piso de un edificio tan alto que parecía arañar el cielo.

El viento nocturno le erizaba la piel expuesta, mientras el camisón rojo de seda se pegaba como una segunda piel a su cuerpo. Se aferraba al barandal de metal pulido, con la mirada clavada en las estrellas.

Entonces, un cuerpo masculino, alto y firme, se pegó a su espalda y la envolvió con una calma posesiva, con una determinación que no aceptaba un “no”.

El aroma del hombre que tenía aprisionada su cadera era una mezcla entre cuero, sándalo y algo puramente masculino que se coló por su nariz y le nubló el juicio.

Los dedos largos, y delicadamente autoritarios, empezaron a explorar su piel desnuda.

La acariciaban como si la conocieran de otra vida. Como si supieran exactamente dónde presionar para obligarla a cerrar los ojos, a gemir sin pudor y a morderse el labio inferior hasta sentir el sabor metálico de su propia sangre.

No podía ver su rostro; únicamente lo sentía, lo obedecía y ardía bajo su tacto.

«¿Quién eres?», quiso preguntar, pero sus labios apenas lograban contener los suspiros que se escapaban de su garganta.

Y justo cuando estaba por rendirse del todo, parpadeó, volviendo abruptamente a la realidad…

—¿¡Pero qué demonios…!? —gritó Scarlet, jadeando, mientras se daba una bofetada que resonó como un latigazo en el silencio del laboratorio.

Su respiración era agitada, como si realmente acabara de ser tocada.

Temblando, se miró las manos, como si esperara verlas marcadas por aquel encuentro irreal.

—Solo vi... su tatuaje —susurró, llevándose los dedos a los labios y al lugar de su cuello donde los labios de aquel hombre se habían posado.

Un tatuaje en el dorso de su mano izquierda. Eso fue lo único que su mente logró atrapar antes de despertar.

Bajó la mirada a la fórmula que, por tercera vez en la noche, había terminado en un desastre viscoso, hecho sopa sobre la bandeja.

Se dejó caer en la silla giratoria, agotada, mientras el zumbido del refrigerador y el goteo insistente del grifo componían la sinfonía de su fracaso. Llevaba horas sumergida en la muestra genética más valiosa del laboratorio, pero no había logrado nada.

—Me estoy volviendo loca… —murmuró, pasándose las manos por el rostro, a la vez que soltaba un gran suspiro.

Y cuando se levantó para continuar, la puerta de cristal siseó al abrirse.

—¡Scarlet, por el amor de Pasteur! ¿Todavía aquí? —exclamó Zhana, su mejor amiga, mirando su reloj como si fuera una bomba a punto de explotar—. ¡Son más de las 11! Y no solo eso, llevas más de tres noches sin dormir. ¿Estás intentando convertirte en estatua o qué?

Scarlet soltó un bufido, sin levantar la cabeza, para que su amiga no pudiera ver cuán sonrojada se encontraba.

—Estoy esperando a que el genoma me hable... pero parece que solo sabe susurrar cuando me duermo.

Zhana movió la cabeza de lado a lado, mientras chasqueaba la lengua.

—No deberías trabajar tantas horas extras. Morirás por el agotamiento.

—Amiga, sabes muy bien que solo puedo entrar a esta área cuando todos se hayan ido. Si lo hago antes, Leo podría tener problemas y sería despedido —respondió Scarlet sin levantar la vista del microscopio.

Zhana cruzó los brazos, molesta.

—Siempre Leo. Me enferma que tengas que hacer el trabajo que le corresponde a él. Si no puede con esto, que renuncie. Llevas cinco años cubriéndole la espalda, haciéndolo ascender mientras tú te quedas atrás. ¿Y qué te da a cambio? ¿Un "gracias" vacío?

Scarlet sonrió con dulzura resignada, quitándose los guantes. Se acercó a su amiga y le tomó las manos.

—Zhana... sabes que el éxito de Leo es también el mío. Estamos por casarnos. Falta solo una semana. Sé que no te agrada, pero trata de ver lo bueno en él.

—¿Lo bueno? —Zhana alzó una ceja, sardónica—. ¿Como hacerlo trabajar menos que tú mientras tú pagas TODO lo de la boda? Me cuesta, Scarlet, me cuesta mucho.

—Él está ahorrando para nuestra casa —murmuró.

—¿Y has visto ese supuesto ahorro? ¿O solo confías ciegamente?

Scarlet respiró profundo.

La traición del prometido. 1

La traición del prometido. 2

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