Antes de morir, el alfa peligroso encontró a su mate pelirroja romance Capítulo 3

Todos los presentes giraron hacia Scarlet, como si el tiempo se hubiera congelado en el centro del salón. Las luces, la música, las risas… todo se detuvo.

Leo se quedó helado, aún con la copa en la mano y la boca entreabierta, como si su cerebro se negara a procesar lo que acababa de ocurrir.

Scarlet no lloraba. No gritaba. Pero su cuerpo entero temblaba. Parecía sostenida por puro orgullo.

—¿Cuánto tiempo llevas mintiéndome? —preguntó, desprovista de emoción, como alguien que acababa de perderlo todo.

Su voz no parecía suya… sino la de una mujer a la que acababan de romperle el alma.

—Scarlet… —balbuceó Leo, parpadeando como si intentara despertar de una pesadilla—. ¿Cómo es que…?

Claudia dio un paso al frente, con los labios curvados en una sonrisa de victoria.

—Leo y yo tenemos cuatro años de relación —disparó, como si lanzara una daga directa al pecho de Scarlet.

Scarlet rompió a reír, amarga y desesperadamente.

—Haz silencio, Claudia —espetó Leo, nervioso, intentando recuperar el control de la situación.

—¿Silencio? ¡Por favor! —exclamó Claudia—. Ya lo sabe todo, Leo. ¡Nada puede ocultarse para siempre! Estoy harta de verla posar como la novia perfecta, la santa intocable… ¡mientras tú y yo nos quemábamos de deseo! Es tan estúpida que jamás notó las señales.

Leo, fuera de sí, le apretó con fuerza el antebrazo.

—¡Ya fue suficiente! —rugió.

Pero Claudia se zafó y levantó la voz aún más:

—¡No, Leo, no lo es! Te vas a casar con una mujer que jamás pudo complacerte. Lo dijiste tú mismo: te aburrió con su pureza. ¡Me confesaste que yo te doy lo que ella te niega! ¡Así que déjala! Hazlo ahora. Y en vez de darme ese tonto cuadro, proponme matrimonio con un anillo. ¡Soy yo la que debería estar a tu lado! ¡Yo! ¡No esta muñeca de porcelana!

Señaló a Scarlet con desprecio. Y todos contuvieron la respiración.

Scarlet reía… pero por dentro se desmoronaba. Esa risa ahogada era lo único que evitaba que gritara de dolor. ¿Para qué había guardado su virginidad? ¿Para esto? ¿Para que la trataran como una tonta? Quizás Claudia tenía razón. Quizás sí era una estúpida.

—Nuestro compromiso queda cancelado —dijo con voz más fuerte de lo imaginado—. Espero que tu amante pueda darte lo que yo no.

Y sin mirar atrás, echó a correr. Subió la vista solo lo suficiente para ver las puertas del salón, que empujó con fuerza.

Bajó los escalones de mármol como si le quemaran la piel.

Las lágrimas le nublaban los ojos, pero no se detuvo… hasta que chocó contra una espalda ancha, dura como una muralla, y el aroma de ese hombre le pareció conocido, pero de inmediato lo ignoró.

Derek, que había ido al club de eventos a cerrar un negocio, giró. Pero en cuanto la vio… todo su cuerpo se tensó.

El gruñido bajo y gutural de su lobo interior rugió en su mente.

#Ahí está… Mi compañera. Al fin la hemos encontrado, Derek#

En el interior de su mente, Derek podía ver a su propio lobo agitar la cola.

Aspiró con fuerza, y un aroma dulce, cálido, embriagador, lo invadió de golpe. Lo sintió en su paladar, en su garganta, en lo más hondo de su instinto.

¿Quién lastimó a la luna suprema? 1

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