—No digas tonterías.
—Liam, ven conmigo adentro. Andrés, quédate aquí.
Los dos entraron, fingiendo ser clientes interesados. Eligieron a un entrenador al azar y le pidieron que les mostrara las instalaciones del club.
Mientras el entrenador les contaba que podían elegir al coach que más les gustara, un grupo de personas apareció en la curva de la escalera de madera.
Al frente iban Orlando y otro funcionario del ayuntamiento, seguidos de los altos mandos del Grupo Zamudio.
Todos reían y platicaban animados, como si acabaran de cerrar un gran negocio.
Beatriz desvió la mirada y la dirigió hacia el césped, escuchando la explicación del entrenador.
De pronto, alguien del grupo tropezó y se escuchó un ruido que hizo que Beatriz volteara.
Las miradas de todos se posaron en ella.
Al verla, alguien entre la multitud dejó escapar un jadeo.
—¿La exesposa del heredero?
—¡No puede ser!
Dos exclamaciones de asombro retumbaron en el aire, y la sonrisa de Orlando desapareció de su cara al instante.
El alcalde de Solsepia, Emiliano Salazar, había coincidido en varias ocasiones con Beatriz, tanto en su juventud como ya de adulto. En una ocasión, cuando ella iba al hospital para rehabilitación, se topó con Emiliano, quien estaba ahí con otros funcionarios. Incluso platicaron un rato.
Era evidente que a Emiliano le causaba cierta nostalgia verla.
Él y Edgar fueron compañeros en la academia militar, y después compartieron muchos años en el mismo batallón. Debido a una lesión durante una misión, Emiliano recibió una condecoración y luego se retiró para dedicarse a la política.
Solsepia siempre se caracterizó por ser una ciudad financiera de gran importancia.
Las luchas de poder eran constantes, sin respiro.
Cuando Emiliano tuvo problemas, buscó la ayuda de Edgar. Este, a su vez, le presentó a Ezequiel.
Ambos se volvieron aliados por conveniencia y también amigos, aunque nunca llegaron a ser confidentes.
Pero Ezequiel y su esposa murieron.
—¿Beatriz? —Emiliano levantó la mano para que los demás no lo siguieran.
Beatriz, con una sonrisa serena, saludó:
—Señor Salazar.
Emiliano la observó de pies a cabeza y luego fijó la vista en sus piernas, sorprendido.
—¿Ya estás recuperada?
—Sí, ya estoy bien.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Ayer me despreciaste por coja, hoy me deseas por reina