—¿A poco no? —murmuró alguien, justo antes de que las voces de la plática se disiparan en el aire.
En ese instante, la puerta del baño junto a la sala de descanso se abrió de golpe.
Un hombre vestido con camisa negra salió, todavía con gotas de agua resbalando por los dedos. Su expresión era tan sombría y pesada que el ambiente a su alrededor parecía más denso.
...
Cuando Izan entró a la oficina, vio a su jefe, Ismael Zamudio, de pie junto a la ventana, con un cigarro entre los dedos, mirando los edificios de afuera. Su cara era difícil de leer, pero sin duda estaba de malas.
—Señor Zamudio, siguen saliendo filtraciones sin parar —dijo Izan, al tiempo que le extendía la tableta.
—¿Ya sabes quién es? —preguntó Ismael, sin apartar la vista.
Izan bajó la cabeza. No se atrevía a responder.
—¿Beatriz? —Ismael lo miró de reojo, adivinando la respuesta por la cara dudosa de su asistente.
Izan asintió.
Estos dos, marido y mujer, antes apenas se soportaban. Podían pasar semanas sin verse, y nunca se había llegado a este punto. Pero en las últimas dos semanas, desde que Ismael hizo pública su relación con la señorita Olmos, el delgado hilo que los unía por fin se rompió.
—Prepara el carro, me voy a la casa —ordenó Ismael con voz seca.
...
—¡Pum!—
La puerta de la mansión retumbó cuando la abrieron con fuerza.
Ismael entró con pasos largos y decididos.
Pensó que, a esa hora, Beatriz ya estaría dormida. Para su sorpresa, hoy ella seguía sentada en el sofá como si lo estuviera esperando.
La sala, enorme, apenas tenía encendida una lámpara de luz tenue. La penumbra dibujaba una atmósfera espesa, casi íntima, llena de un silencio que parecía a punto de romperse.
Beatriz llevaba un vestido blanco de tirantes, el cabello largo y ondulado caía en cascada sobre su espalda. Su piel clara, impecable como una perla, y el maquillaje apenas visible la hacían ver tan delicada que uno podía olvidar que tenía problemas para caminar.
Se veía preciosa.
Sus cejas finas y su rostro delicado evocaban la imagen poética de una flor de loto y ramas de sauce. Si no fuera por su carácter tan aguerrido, tal vez todo entre ellos habría sido distinto.

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Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Ayer me despreciaste por coja, hoy me deseas por reina