Isabel no se atrevía a desobedecer.
Tal como lo había dicho Beatriz.
Cualquiera de las cosas que ella tenía en la mano podía costarle la vida con solo sacarla a relucir.
—Beatriz, si me arrodillo, ¿me darías lo que tienes en la mano?
Beatriz jugaba con la taza de café en sus manos, una leve sonrisa adornaba sus labios, transmitiendo una falsa amabilidad, como si estuviera dispuesta a platicar tranquilamente.
—Para negociar primero hay que tener algo que ofrecer, señora Zamudio —respondió con delicadeza—. Y usted, ¿qué tiene para negociar conmigo?
El zumbido en la cabeza de Isabel fue casi ensordecedor. Miró a Beatriz con incredulidad.
Apenas ahora entendía la advertencia que Ismael solía repetirle: no te metas con ella.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Isabel, tragando saliva.
—Quiero que te encargues de Regina. ¿Puedes hacerlo? —Beatriz se enderezó en el sofá, su sonrisa se volvió encantadora—. ¿No son grandes amigas? Entre ustedes apuñalarse por la espalda no debe ser tan complicado, ¿o sí?
Las pupilas de Isabel se contrajeron un poco.
Entre la alta sociedad de Solsepia, todos sabían que las historias de la familia Mariscal eran de esas que daban de qué hablar.
No era cosa de resumirse en unas cuantas frases.
Al final, Regina era la que salía ganando, mientras que Beatriz había sido la perjudicada.
Su deseo de venganza era comprensible.
Pero ahora, lo que pretendía era usar a Isabel como instrumento para cumplir su objetivo.
—Eso es un delito —Isabel tardó varios segundos en soltar la frase.
Beatriz dejó escapar una carcajada escueta.
—Y ponerle el cuerno a tu esposo también lo es, ¿no? ¿O solo el código penal es ley y la ley de matrimonio no cuenta?
Parecía que ya se había hartado de la conversación. Se apoyó la cabeza en la mano y frotó sus sienes, como si de pronto le doliera intensamente.
—Liam, acompaña a la señora a la salida.
Al escuchar eso, Isabel sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¡Beatriz! —gritó, casi fuera de sí—. No puedes hacer algo tan despreciable.
Al oír la palabra "despreciable", a Liam le dio un ataque de risa. Sin contenerse, le soltó una patada en la parte baja de la espalda.
Isabel perdió el equilibrio y cayó de rodillas al suelo.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Ayer me despreciaste por coja, hoy me deseas por reina