Joana esbozó una sonrisa que no llegaba a ser amable.
—¿De verdad te preocupas tanto por mí, tío? Porque no te vi tan inquieto cuando Fabián y Tatiana se fueron juntos a ser tendencia en redes.
Se giró un poco, la voz afilada.
—Si en serio te preocupaba tanto el nombre de la familia Osorio, ¿por qué no te vi preocupado cuando le quitaste el puesto a mi papá?
—¿Y dónde quedó tu preocupación cuando tomaste el dinero que mis papás me dejaron para que ustedes montaran un negocio? Cuando quebraron y perdieron un millón de pesos, tampoco vi que te angustiara.
Al recordar aquellos eventos, Benjamín palideció y luego se le subió el color, como si le hubieran soltado una bofetada con la verdad.
Graciela lo tomó del brazo, fingiendo estar al borde del llanto.
—Joana, hija, esas palabras sí que le duelen a tu tío. Si no fuera por él, tú tal vez habrías acabado igual que tus papás. Nosotros no queremos que nos agradezcas, solo te pedimos que no nos trates como enemigos.
En cuanto terminó de hablar, Graciela notó cómo el dolor cruzó fugazmente el rostro de Joana. Por dentro, se sintió satisfecha.
Porque justo por ese tema, aun cuando años atrás le quitaron casi todo lo que le correspondía, Joana nunca protestó.
Sabía que era de carácter fuerte, pero también que su corazón era blando. Si le tocaban la fibra de la familia, solía ceder.
Pero esta vez, Joana levantó la cabeza, la sonrisa en sus labios tan peligrosa como una flor venenosa.
—¿Ah, sí? Entonces supongo que debería darte las gracias.
Los recuerdos la golpearon uno tras otro. En aquel entonces, ella iba a acompañar a sus padres a Ciudad Beltramo para una competencia. Pero su tío, queriendo allanar el camino para su hija Belén, le pidió a Joana —apelando a los lazos familiares— que le cediera el lugar.
Ella, joven y sin malicia, sintió lástima; pensó que su tío hacía todo eso por una hija que ni siquiera era de su sangre. Además, esas competencias internacionales ya las había vivido varias veces, así que accedió a ceder el cupo.
Al final, Belén no pudo ir por una enfermedad repentina.
Sus padres, de todos modos, fueron a buscar a Belén para llevarla con ellos, y al no encontrarla, decidieron regresar. Fue en ese viaje de regreso cuando sufrieron el accidente de carro.
Durante mucho tiempo, Joana se preguntó si, de no haber dado su lugar, las cosas habrían sido diferentes. Si sus padres no hubieran tomado ese camino, tal vez seguirían vivos.
Joana miró a los tres frente a ella, uno por uno.
Golpeó la mesa una y otra vez, haciendo temblar los vasos.
Los empleados de la casa se miraron entre sí, helados. Nadie se movió.
Después de todo, Joana había crecido en esa casa; el jefe de la familia siempre la protegió. ¿Quién se atrevería a hacerle daño de verdad?
Los más listos ya habían salido a buscar al abuelo para avisarle.
Belén, la hija de Benjamín, chilló con una voz aguda.
—¡¿Así que ahora todos ustedes se creen con derecho a desobedecernos?! ¡Los mantenemos, les damos de comer y ni así sirven!
Dos empleados nuevos, asustados, intercambiaron miradas y, temblando, se acercaron a sujetar a Joana.
Belén, con una luz de locura en los ojos, se lanzó, sujetando fuerte el brazo de Joana. Alzó la mano para abofetearla.
—¡Maldita, ya te cargó el payaso!

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