—Señorita Eliana, está exagerando —respondió Joana con una sonrisa mientras levantaba el regalo y miraba por encima del hombro—. Pagar por lo que a una le gusta no tiene nada de calculado. Señorita Eliana, usted sí que tiene talento, de verdad la envidio mucho.
—¡Aaahhh! ¡Joana, ya verás! —Eliana, fuera de sí, golpeó el piso con su bastón haciendo que resonara por toda la tienda.
La vendedora se pegó a la pared, intentando desaparecer, y se esforzó por no dejar que las comisuras de su boca delataran una sonrisa.
Joana salió de la tienda de lujo. La sonrisa se desvaneció de su rostro en cuanto cruzó la puerta.
Las aventuras amorosas de Fabián siempre llegaban sin avisar, igual que las lluvias de verano. A lo largo de los años, había enfrentado a muchísimas chicas como Eliana, todas queriendo impresionar o sacar ventaja.
Por el bien de la familia Rivas, Joana había soportado mucho. Pero si alguien se atrevía a cruzar sus límites, tampoco tenía por qué seguir aguantando.
Mientras esperaba el elevador, vio salir de él a un grupo de modelos, todas altas, con ropa reluciente y perfectamente arregladas.
—¡No puede ser! El señor Fabián sí que consiente a su mujer. ¡Ojalá yo tuviera esa suerte! —exclamó una de ellas.
—Sí, todo lo que la señorita Tatiana miró, él lo mandó a comprar. Seguro así son los protagonistas de novela: guapos, ricos y que adoran a su esposa —agregó otra, suspirando.
—Hoy el señor Fabián debe haberse gastado al menos diez millones de pesos, y eso sin contar las joyas que la señorita Tatiana pidió aparte —dijo una tercera, moviendo la cabeza con asombro.
—Ay, los buenos hombres siempre están ocupados. Bueno, al menos nosotras tampoco salimos perdiendo. Ojalá vengan más clientes tan generosos como este —comentó una última, y todas rieron.
...
Las voces emocionadas de las modelos se alejaron poco a poco, perdiéndose en el pasillo.
Joana se quedó quieta, como si el tiempo se hubiera detenido. Escuchar los hechos desde la boca de extraños dolía diferente. Tatiana hacía lo que quería, y aun así Fabián la seguía consintiendo, protegiendo, amándola como si nada hubiera pasado.
El millón que le había dado, ni siquiera se acercaba al valor de la ropa que Fabián le compraba a Tatiana. Y mientras, ella tenía que cargar con las consecuencias de los caprichos ajenos.
Joana respiró hondo y alzó la vista, intentando ocultar el ardor en los ojos. Pero la amargura seguía ahí, pegada al fondo del pecho.
Durante todos los años de matrimonio, la única vez que Joana le pidió dinero a Fabián fue para comprar un diamante y adornar su vestido de novia. Fabián se molestó, la acusó de derrochadora. Le dio el dinero, sí, pero después de eso, Joana jamás volvió a pedirle nada para ella.
Muchos se preguntaban qué había hecho para ser la esposa de Fabián. Pero Joana también quería saber, ¿por qué tenía que soportar ese trato?
Ahora, hasta para conseguir un poco de libertad, tenía que pelear cada centímetro de terreno.
...
—Nada de eso, yo también acabo de llegar.
—Perfecto, entonces pidamos de una vez —asintió Joana y llamó al mesero.
—Buenas noches, señorita, señor. Como estamos cerca de Navidad, hoy tenemos una nueva especialidad: tamal de flor de cerezo. Si les interesa, pueden pedirlo.
Joana se removió incómoda en su asiento, recordando algunos episodios poco felices del pasado.
—¿Tienen alguna otra especialidad? —preguntó, tanteando el terreno.
El mesero asintió con entusiasmo.
—Por supuesto, también tenemos langostinos al vapor con piña, salmón marinado con pimientos de colores y filete de res al vino tinto.
Joana empezó a toser, sorprendida.
Arturo, divertido, comentó:
—Vaya, qué sabores tan familiares.

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