Observar el vendaval afuera, con la lluvia azotando sin piedad, llenó la mente de Joana de imágenes frescas e inspiradoras.
En el hotel había una galería exclusiva para artistas.
Joana, sin pensarlo dos veces, tomó sus herramientas de dibujo y se dirigió directo al taller.
Aprovechando el sonido de la lluvia como telón de fondo, sus trazos adquirieron una vibra apocalíptica, como si en cada línea se plasmara el fin del mundo.
Durante el descanso, de repente notó que a su alrededor se habían reunido varios niños que la miraban dibujar, cautivados.
—Señorita, ¡usted es increíble!—exclamó una niña, con los ojos brillando de ilusión—. Las chicas bonitas que dibuja y sus vestidos tan lindos… Yo también quisiera tener uno así. Pero ni siquiera sé dibujar.
La pequeña dejó caer los hombros, claramente decepcionada.
Joana le acarició con cariño la melena esponjosa.
—Es muy fácil, si quieren aprender, yo les enseño—dijo Joana con voz suave—. ¿Les gustaría?
Los niños no cabían de la emoción. Al unísono respondieron:
—¡Sí!
Así, Joana se quedó enseñándoles a dibujar durante toda la tarde.
De repente, una visita inesperada interrumpió la tranquilidad.
Eliana entró a la galería cargando bolsas y cajas, con el ceño marcado. Al ver la cara de Joana, tuvo que contener el impulso de lanzarle las cosas directo a la cabeza.
¡Esta mujer todavía se daba el lujo de estar aquí pintando!
—Señorita Joana, tenemos que hablar—dijo Eliana, sosteniendo los regalos y esforzándose por ocultar el resentimiento en su voz.
Joana siguió concentrada, corrigiendo la forma en que uno de los niños sujetaba el lápiz, sin dignarse a responder.
Si no supiera que Joana solía ignorar a propósito lo que no le interesaba, Eliana habría pensado que tenía problemas de audición.
Eliana respiró profundo para no dejarse llevar por el coraje y habló de forma seria:
—Vine a disculparme contigo, no quiero que sigas enojada. Todo lo que dije antes fueron palabras sin pensar, estaba molesta…
Joana detuvo el trazo por un momento y alzó la mirada:
—Ya entendí. Ahora estoy ocupada, ve a la sala de descanso y espérame ahí.
Eliana se sintió aliviada de inmediato.
Aunque, en el fondo, le molestó que Joana prefiriera enseñarle a unos niños antes que escuchar su arrepentimiento.
¡No se daba cuenta de lo importante que era la disculpa de la señorita Eliana!
Joana sí que carecía de tacto.
...
¿De verdad era capaz de crear algo así? ¡Ese nivel de talento era asombroso!
Una ola de sorpresa recorrió a Vanessa por dentro.
Pero pronto entró a la sala de descanso.
Ahí se topó con Eliana, que tenía la cara tan oscura como un sartén quemado.
...
Joana acababa de enseñarle a otro niño cómo organizar un dibujo.
De repente, alguien susurró:
—Señorita, otra persona viene a buscarla.
Joana se preguntó, extrañada, cómo podía haber tanta gente rondando con semejante tormenta.
—Joana, tenemos que hablar.
La voz era seca, más desconocida que familiar.
Fabián, con la mirada profunda, vio que ella no dejaba de dibujar y se acercó:
—Sobre lo de Sr. Zambrano, Vanessa y las demás se equivocaron. No deberías mezclarme con ese asunto.

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