Pero ella también era una mujer orgullosa y digna.
Antes, jamás habría aceptado rebajarse así ni dejar de lado su orgullo para decir esas palabras…
Tatiana limpió las lágrimas de la comisura de sus ojos, giró con rabia y resentimiento hacia Joana.
—Sra. Rivas, ¿ya está satisfecha? Fabián es su esposo, siempre ha sido suyo, ¡y lo seguirá siendo! Espero que todo este show que armó para que él viera esto le sirva de algo, y que no vuelva a decepcionarlo. ¡Ni a hacerlo sufrir por su culpa!
Tras soltar esas palabras, Tatiana salió corriendo de la galería sin volver la vista atrás.
Fabián, por su parte, quedó atónito por lo último que Tatiana dijo.
Le dirigió a Joana una última mirada intensa, cargada de todo lo que no fue capaz de decir, y salió detrás de Tatiana, perdiéndose ambos entre los cuadros y las luces tenues del taller.
Joana apretó el pincel hasta que los nudillos se le pusieron blancos, y luego aflojó la mano.
Reconoció en la última mirada de Fabián todo el desprecio, el reproche y la furia acumulada.
Tatiana siempre sabía cómo manejar las cosas a su favor.
Esta vez, directamente transformó sus propios errores en una muestra de “amor” por Fabián.
Así, todo tenía sentido.
Los hombres nunca logran enfadarse con una mujer que parece estar dispuesta a todo por ellos.
Él era el que salía ganando, y encima Tatiana era su gran amor.
Al ver a una mujer así, humillándose y asumiendo culpas “por amor”, incluso puede llegar a sentirse halagado.
Mientras tanto, ella, Joana, la que alguna vez perdió hasta el derecho de decidir por su vida, y ahora ni siquiera podía divorciarse, se había convertido en la villana de esa historia de amor tan intensa.
Joana rellenó con cuidado la última zona del lienzo con el verde de la paleta.
Como si, al hacerlo, reconstruyera los pedazos rotos de su corazón, pegándolos uno a uno.
La aparición simultánea de esas tres personas había sido un accidente.
La actuación de Tatiana fue impecable; su llanto, tan convincente, que hasta a Joana le costó no conmoverse.
Que Fabián eligiera a Tatiana en esa escena, hasta le parecía lógico.
Hasta tenía que agradecerles a los dos por haberle dejado pruebas suficientes de su infidelidad.
Sin embargo, lo que más la sorprendió no fue eso, sino la reacción de Eliana.
Joana soltó un suspiro casi musical, la voz templada.
—Pero, Srta. Eliana, yo amo a Fabián tanto, que hasta sería capaz de tolerar a la otra. ¿Tú podrías?
Eliana quedó con el gesto desencajado.
Ni siquiera supo cómo reaccionar.
¿Joana la estaba insultando o simplemente era una tonta sin remedio atrapada por el amor?
La rabia de Eliana terminó por desbordarse.
Si seguía discutiendo con esa mujer, de verdad iba a morirse de un coraje.
—¡Idiota!
Eliana soltó la palabra como un latigazo y salió furiosa.
Joana levantó la comisura de los labios, recogiendo sus pinturas con calma y en orden.
—Srta. Vanessa, ¿usted tampoco piensa irse?

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