La voz de Arturo tenía una intención clara, pero ese matiz inexplicable hacía que la mente de Joana divagara por caminos insospechados.
Un ligero temblor recorrió los dedos de Joana.
Giró para encontrarse con su mirada.
Arturo bajó los ojos; al parpadear, dejó ver un destello sospechoso de vulnerabilidad, como si estuviera pidiendo compasión.
Joana, sobresaltada, retiró la mano de inmediato.
Seguro lo había imaginado. Tenía que ser así.
No podía ser que Arturo, precisamente él, fingiera una postura indefensa.
Recordó el pasado, cuando se conocieron hace más de diez años, y aquel cuerpo cubierto de heridas tan graves. Ni una sola vez se quejó de dolor frente a ella.
¿Será que esta vez sí le dolía de verdad?
La duda se le quedó pegada a la piel, inquieta.
Pero por más que buscó explicaciones, nada la convenció del todo.
Hasta que, de pronto, cayó en cuenta de algo.
Arturo ya estaba casado.
Los cambios repentinos en una persona, muchas veces, tenían que ver con otra.
Sin querer, uno termina imitando los gestos o las manías de quien ama.
Quizá Arturo había adoptado esa faceta “frágil” por influencia de su esposa.
Al entenderlo, Joana sintió un alivio inesperado.
Así todo tenía sentido.
Se levantó y arrastró una silla desde la parte trasera, sentándose frente a Arturo para quedar a su altura.
Con suavidad, empezó a quitarle la venda manchada de sangre.
—Ay… —el sonido de Arturo aspirando aire entre los dientes le retumbó en los oídos.
Un escalofrío le recorrió la nuca, pero Joana logró apartar sus emociones y habló:
—Señor Zambrano, yo no soy enfermera ni nada, así que puede que sí le duela. Aguante tantito, ¿sí?
Arturo, que intentaba fingir dolor para que lo consintieran, se quedó desconcertado.
Entrecerró los ojos, notando la actitud cortante de Joana.
¿Se habrá pasado de la raya?
No, no podía ser. Seguro la porquería de libro que le recomendó Ezequiel estaba mal.
Supuestamente, todas las mujeres caían con esa táctica.
En su cabeza, Arturo bufó con ironía.
...
—¡Achoo! —Ezequiel estornudó de pronto, rodeado de un grupo de socios discutiendo a gritos.
Seguro que estos viejos estaban hablando pestes de él a sus espaldas.
Fernanda soltó una risita:
—Las mujeres siempre quieren que las consientan. Si sigues tan callado con tu novia, cualquiera pensaría que ni se conocen.
—Ya entendí, lo voy a tener en cuenta. —Arturo tomó una servilleta y, con toda calma, limpió sus dedos.
De repente hizo una pausa y, con una mezcla de humildad y curiosidad en los ojos grises, preguntó:
—¿Hay algo más que deba saber?
...
Joana no tenía idea de esa plática entre Fernanda y Arturo.
Encendió el celular que Arturo le había prestado.
No tenía chip, pero conectado al wifi de Fernanda, podía navegar.
Como no podía entrar a WhatsApp, descargó una app de tendencias.
Apenas terminó de instalarse, le aparecieron decenas de notificaciones:
[#ÚltimaHora Empresario Fabián admite que está casado! ¡La esposa no es Tatiana Salgado!]
[#Escándalo Sra. Rivas cayó accidentalmente en la Bahía del Tiburón. ¡Sigue desaparecida! ¡Fabián ofrece recompensa de cinco millones para quien la encuentre!]
Joana pensó que estaba viendo mal.
Durante todos estos años, Fabián había mantenido su matrimonio en secreto por Tatiana.
¿Cómo era posible que, de repente, él anunciara el matrimonio en internet y hasta ofreciera una recompensa tan alta para buscarla...?

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