—¿Acaso Tatiana no se porta bien con ustedes? Conmigo de mamá, ¿a poco no han sido felices? —soltó Joana, con la mirada fija en su hija.
El gesto seguro de Dafne se desmoronó al instante. Sus mejillas, antes llenas de vida, se apagaron.
Desde que mamá tuvo aquel accidente, Tatiana casi no se había ocupado de ella. Dafne incluso le confesó, temblorosa, que había sido su culpa por descuido, esperando recibir consuelo. Pero Tatiana apenas le dedicó unas palabras, tan suaves que apenas la rozaron.
Y vivir con Tatiana esos días tampoco había sido sencillo. Varias veces le sirvió comida que no podía comer, o la vistió con ropa equivocada para el clima. Dafne terminó resfriada o con malestares más de una vez.
Siendo sinceros, para cuidar y consentir, Tatiana no le llegaba ni a los talones a mamá. Pero aun así, Dafne no quería ver a su mamá tan confiada y segura.
Dafne frunció los labios, decidida a no ceder:
—Tatiana es una mujer de negocios, está ocupadísima y no puede cuidarnos tanto a mi hermano y a mí. Ella siempre anda a las carreras, no hay que molestarla. No es igual que tú, mamá.
Joana la observó en silencio, cruzándose de brazos. Cada palabra de su hija era un intento desesperado de defender a Tatiana.
No importaba qué tan poco hiciera Tatiana por ella, Dafne siempre encontraba una excusa. En cambio, para ella, todo lo que hiciera bien era "lo normal", y cualquier error era casi un pecado mortal.
Joana fingió una sonrisa, callada.
—Mamá, quédate, ya no te divorcies de papá —murmuró Dafne, lanzándole una mirada furtiva—. Yo prometo pasar más tiempo contigo cuando tenga ratos libres, y ya no iré tanto con Tatiana. Pero tampoco seas celosa, de vez en cuando, si ella quiere vernos, podríamos ir a jugar allá unos días… ¡Ay, hermano, ¿por qué me jalas?!
Lisandro le lanzaba miradas de advertencia, casi suplicándole que se callara. Era obvio que mamá quería divorciarse por lo de Tatiana, ¡y Dafne seguía mencionándola!
Intentó advertirle con gestos, pero su hermana ni se enteró.
—Mamá, no le hagas caso a Dafne. Te lo juro, de ahora en adelante solo estaré contigo.
—¿Ah, sí? —Joana lo miró, la cara impasible—. ¿Y qué harás con Tatiana?
Lisandro tragó saliva; una sombra de duda cruzó su expresión. Admitía que antes le caía muy bien Tatiana, pero para vivir en el día a día, prefería la calidez y el cuidado de mamá. Tatiana era buena onda, pero no sabía ni preparar jugo sin hacer tiradero, mucho menos atenderlos.
—Mamá, voy a ayudarle a Tatiana a recoger las frutas.
Joana lo miró, sarcástica, como si confirmara lo que ya sabía. "En este mundo, nadie es tan incondicional como uno piensa", pensó.
Lisandro, apurado, recogió las frutas para Tatiana:
—Perdón, Tatiana…
Tatiana le acarició la cabeza, comprensiva:
—Lisandro, sé que eres un niño muy listo y noble. No te preocupes, si eliges a tu mamá, no pasa nada. Cuando quieras verme, solo pídele permiso a tu mamá, ¿va?
Lisandro se quedó boquiabierto por la generosidad de Tatiana. Quiso correr con mamá, contarle lo buena que era Tatiana. Pero al darse la vuelta…
—¿Mamá?... ¿Mamá, cuándo se fue? ¡¿Dónde está mamá?!

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