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Cuando el Anillo Cayó al Polvo romance Capítulo 233

Joana respondió a Lorenzo con unas cuantas palabras sin ganas y colgó de inmediato.

Otro que se la pasaba fingiendo.

Nada que envidiarle a Fabián en ese aspecto.

Dejó la comida para llevar sobre la mesa sin mucho cuidado y ya no se preocupó más por eso.

Puso la alarma para las cuatro de la tarde y se fue directo a darse un baño caliente.

Después de contestar los mensajes de quienes se habían preocupado por ella, se dedicó a revisar los bocetos que había hecho en Ciudad Beltramo, afinando algunos detalles.

Entre esos encargos, estaba el diseño de un vestido que le había prometido a Fernanda.

Durante los días que pasaron en la isla, aunque la convivencia con Arturo había sido algo rara, Fernanda le cayó bien: una chica que aparentaba ser dura, pero que en el fondo era muy tierna.

Joana se dio cuenta de que Fernanda solía quedarse viéndola fijamente, perdida en sus pensamientos, así que un día no aguantó la curiosidad y le preguntó directamente.

Al enterarse de su dilema, Joana le prometió diseñarle un vestido único, solo para ella.

Una vez que tuviera listo el patronaje, se lo enviaría a la isla.

Fernanda se puso feliz como niña chiquita.

Cuando se despidieron, ambas se agregaron como amigas en redes sociales.

Al recordar todo lo que había pasado últimamente, Joana no pudo evitar pensar de nuevo en Arturo.

No podía creer que él fuera aquel niño de su pasado.

Ese descubrimiento la había impactado más que la decisión de Fabián entre ella y Tatiana.

Al recordar esas coincidencias, esos encuentros “accidentales” una y otra vez, Joana sentía que había algo más que aún no entendía.

Pero cuanto más intentaba descifrarlo, más cansada se sentía.

Al final, terminó quedándose dormida sobre el escritorio, rendida.

En sus sueños, aparecían fragmentos borrosos del accidente de sus papás, el momento en que Arturo la empujaba para salvarla de una bala, y al final, volvía a revivir la sensación de ser abandonada y hundirse en el mar.

Los malos sueños no le daban tregua.

Joana despertó empapada en sudor.

Definitivamente, no era una buena señal.

Justo en ese momento, la alarma del celular sonó por tercera vez.

Parpadeó, aturdida.

Ya eran las cinco.

Se le había pasado la mano y durmió de más.

Se frotó los ojos, que sentía hinchados por el sueño pesado.

Buscó su celular con una mano y vio dos llamadas perdidas de números desconocidos.

Y además…

Siete mensajes de Lorenzo.

[Lorenzo]: [cara sonriente]

[Lorenzo]: ¿Ya terminaste? Quiero ver.

Lorenzo estaba llamando.

Joana alzó una ceja y contestó. Al otro lado, la voz de Lorenzo sonó baja y preocupada:

—¿Estás bien?

—Estoy bien.

Puso la llamada en altavoz y fue directo a la cocina.

Rebuscó entre los cajones, pero no encontró ningún tenedor limpio.

Al final, metió el tenedor desechable de la comida en la misma bolsa.

—Te estuve esperando todo este tiempo. Me alegra que estés bien.

A Joana le pusieron los pelos de punta.

De verdad que era todo un esfuerzo escuchar esas cursilerías.

—No pasa nada, solo fue el carro. Sr. Lorenzo, ¿esto cuenta como accidente laboral?

Eso de escucharlo ya debería considerarse compensación.

—Por supuesto.

El tipo se rio por lo bajo.

De inmediato, Joana escuchó la notificación de que le había llegado un depósito.

Miró el saldo: cinco ceros.

—Debes de estar muerto de hambre. Ya casi llego.

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