—No —soltó él, tajante, con una voz tan clara y cortante que no dejaba espacio para dudas.
Parecía que ni siquiera le había afectado que Joana lo obligara a hablar.
Sin darse cuenta, la charola de comida que Joana llevaba en la mano tembló ligeramente.
—Gracias, señor Zambrano. Sé que probablemente no es momento para decir esto, pero por el bien de su esposa, creo que debería tranquilizarse un poco y no pasarse de la raya.
Joana desvió la mirada hacia la joven que estaba al lado de él, que aún tenía un aire inocente.
—¿Esposa? —Arturo frunció el ceño, captando al instante lo importante.
—Sí —por fin, Joana se animó a decir lo que llevaba guardando en el pecho—. No sé exactamente cómo es la relación con su esposa, pero, por lo que he visto antes, estoy segura de que usted la quiere. Tal vez cometió un error y se desvió por un momento, pero ella está en una etapa delicada, las mujeres embarazadas son muy sensibles. Si de verdad ya no la quiere, debería decírselo de una vez.
Mientras más hablaba, más oscura se volvía la expresión de Arturo.
¡Otra vez con lo mismo!
¿De qué esposa hablaba? ¿Qué amor ni qué nada?
Se moría de ganas de abrirle la cabeza y ver qué traía adentro para estar todo el día pensando semejantes cosas.
No, espera.
Los ojos de Arturo se volvieron aún más sombríos.
La última vez, ella también había mencionado a su “esposa”.
¿Será que piensa que estoy casado?
La joven a su lado también se notaba incómoda.
Ella estaba segura de que esa señorita había malinterpretado totalmente su relación con su tío.
¡Pero tío, di algo, por favor!
Joana los miró a ambos con seriedad, luego se fue en silencio.
...
—¡Tío, ¿por qué no le dijiste nada?! ¡Parece que cree que soy tu amante! Y, ¿cuándo te casaste? ¿Por qué no me enteré? —tan pronto como Joana se fue, Helena no aguantó y le lanzó una andanada de preguntas a Arturo.
Él se veía molesto, soltó una risa seca y contestó:
—Yo también quiero saber quién fue el chismoso que anda diciendo babosadas de mí.
—¿O sea que sí te casaste? —los ojos de Helena se abrieron como platos.
Hasta donde recordaba, Arturo era el que siempre regresaba en Año Nuevo a la casa, aguantando la presión familiar para casarse.
Si hasta él ya había caído, ¿acaso ella sería la siguiente?
—No era mi intención... Perdón —Joana bajó aún más la cabeza.
Exactamente lo que temía, terminó pasando.
¿Será capaz Arturo de pegarle a una mujer?
Arturo, con su presencia imponente, entró al elevador y la atmósfera se puso aún más pesada.
Joana, acorralada, solo pudo apretar la mandíbula y resignarse.
Pero entonces, él habló, despacio y marcando cada palabra:
—No estoy casado, no tengo una esposa embarazada, y mucho menos una amante.
Joana se quedó petrificada.
—Señorita Joana, yo no soy como tu exmarido ese que no vale nada. Nunca has tenido buen ojo para escoger pareja.
Justo cuando terminó de hablar, el elevador llegó al primer piso.
Las puertas se abrieron, y afuera estaban dos personas que Joana conocía demasiado bien.
Eran su exmarido —ese mismo que en la mañana le había jurado que no volvería a ver a Tatiana— y la susodicha, juntos.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Cuando el Anillo Cayó al Polvo