Lisandro, creyendo entender las intenciones de su mamá, se dio la vuelta de espaldas, molesto.
—Mamá, papá nunca te va a querer como quiere a la señorita Tatiana, mejor ya olvídalo.
—Y aunque… aunque vuelvas a ser como antes, ya no voy a quejarme de que eres tan regañona.
—Pero primero, tienes que disculparte conmigo por lo de hoy, ¡me gritaste hace rato!
Lisandro siguió murmurando por un buen rato, pero no obtuvo la disculpa que esperaba de Joana.
Cuando se dio la vuelta, ella ya se había subido al carro que esperaba en la puerta y este se había alejado bastante.
Lisandro sintió cómo la rabia le subía a la cara, poniéndose rojo de coraje.
Gritó con todas sus fuerzas hacia donde se había ido el carro, como queriendo desahogarse:
—¡Mamá, no voy a dejar que te salgas con la tuya!
Regresó a la habitación del hospital, derrotado y cabizbajo.
Dafne lo vio así y preguntó, intrigada:
—Hermano, ¿no dijiste que ibas a traer la sopa que preparó mamá? La señorita Tatiana la está esperando, ¿no me digas que no la conseguiste?
—¿Cómo crees? ¡Claro que la voy a conseguir! —reviró Lisandro, molesto.
...
Esa misma noche, Lisandro empezó a tener fiebre alta.
Incluso mientras dormía, murmuraba:
—Mamá... mamá, la sopa...
Fabián estaba sentado junto a la cama, con el cansancio reflejado en la mirada.
—Señor Fabián, todavía no logramos contactar a la señora —informó el secretario, con cierta incomodidad.
No era la primera vez que pasaba algo así con la señora.
Los ojos de Fabián brillaron con una dureza poco común, visiblemente molesto:
—¿De verdad le puede más el orgullo que el bienestar de su hijo? Joana, la neta, te subestimé.
...
En su departamento, Joana terminó de guardar los requisitos del cliente que le envió Sabrina y, tras revisar los posibles problemas, por fin pudo concentrarse y empezar con el diseño del día.
Tenía una costumbre cuando se trataba de trabajar: cortar toda comunicación con el mundo exterior.
Recordaba cómo, cuando ganó su primer premio nacional, estuvo siete días y siete noches encerrada en el estudio, sin salir ni un solo momento.
Cualquier interrupción de afuera podía hacerla perder el hilo.
A veces, una idea fugaz aparecía y, si no la atrapaba en ese instante, se desvanecía sin dejar huella.
Para no arriesgarse, Joana puso el celular en modo avión.
No quería que, al mirar la hora, le saltaran en la pantalla los chismes sobre Tatiana y Fabián, y le arruinaran el ánimo.
[Fabián]: Lisandro tiene fiebre alta, ven al hospital.
Ese mensaje era de hace tres días. Había llegado a las tres de la mañana.
Joana se quedó helada, apretando el celular con fuerza.
¿Cómo era posible que Lisandro hubiera caído enfermo de repente?
Si apenas ese mismo día lo había visto tan bien.
Todavía con fuerzas para discutirle y decir que iba a escoger a papá…
Bajó la mirada, sintiendo cómo una sombra le cubría el corazón.
Recordó que, antes, cuando los niños se enfermaban, ella no se despegaba de su lado ni un momento.
Siempre estaba ahí, velando por ellos junto a la cama del hospital.
Pero, al final, lo único que recordaban era que se quejaba mucho.
Le decían que no era doctora, que de nada servía que se quedara ahí.
Joana se mordió el labio y, con una sonrisa amarga, se limpió con la mano las lágrimas que le escurrían por la cara.
Sí, ¿de qué servía que estuviera ahí?
En ese momento, Fabián había inundado su chat con signos de interrogación.

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