—¿Sabes con quién estás hablando? ¡Eres una desvergonzada, una malagradecida!
Renata le aventó el paquete de pañuelos que Joana le había extendido, tirándolo de un manotazo.
No necesitaba esa clase de cosas.
Siempre supo que las mujeres que venían de barrios como Mar Azul Urbano eran vulgares, sin educación ni modales. Desde el día en que su hijo la llevó a casa, ya presentía que tarde o temprano llegaría el momento de lamentarlo.
Y vaya que le atinó. Simón, con ese aire ingenuo que siempre lo ha caracterizado, pensó que podía pedirle que aguantara todo por el bien de la familia. ¡Como si fuera tan fácil!
Joana ladeó el rostro, fingiendo confusión.
—¿Está insinuando que es mi suegra? Señora Rivas, parece que su memoria ya le falla. El día que me casé con su hijo, ni siquiera aceptó la bebida que le preparé como bienvenida.
Recordaba bien cómo, cuando empezó a salir con Fabián, Renata se la pasaba por toda Ciudad Beltramo buscando para su hijo una novia de familia rica.
Su candidata favorita era la hija del magnate local de las joyas.
Estaban a punto de formalizar, pero Fabián la llevó a ella a casa.
Al final, él se casó con una muchacha sin contactos ni respaldo alguno.
De hecho, cuando el señor Aníbal propuso equiparar las acciones de Joana con las de la familia, la que más protestó fue Renata, incluso más que Fabián.
Durante años, Joana intentó cambiar la imagen que Renata tenía de ella, tragándose el orgullo, soportando humillaciones.
¿Y para qué? Lo único que le quedó fue un montón de recuerdos amargos.
Para Renata, no era más que una sirvienta de confianza, lista para cumplir cualquier capricho.
Jamás, ni por un segundo, sintió ese calor de “mi suegra es más cercana que mi propia madre” del que tanto hablaban en internet.
El día de la boda, Renata puso su peor cara y se marchó a mitad del evento, pretextando sentirse mal.
Al final, Simón, su suegro, tuvo que poner de su bolsillo un segundo sobre con dinero para que Joana no se sintiera menospreciada.
¿Y cómo iba a reclamar?
Pero la lección de Renata, de tratar a la gente según su conveniencia, se le quedó grabada para siempre.
—¿A poco vas a seguir sacando esas historias tan viejas? —espetó Renata, con el ceño fruncido.
Como era de esperarse, el comentario la puso de peor humor.
En su momento, humillar a Joana en la boda le pareció un triunfo, pero después el viejo la regañó con todo y Simón nunca salió a defenderla.



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