Joana se alejó, dejando bien claro el espacio entre ellas. Su sonrisa, apenas torcida, dejaba ver un matiz de burla.
—Primero, yo y tu hermano ya estamos en pleno trámite de divorcio. Aunque me quedara a su lado, no podría hacer nada para ayudarlo. Si tanto te preocupa, mejor llévalo a un hospital de verdad, a ver si le arreglan la cabeza.
—Segundo, ¿en qué te basas para decir que ya estoy buscando a otro? Y aunque así fuera, ¿eso es delito o qué? No le he robado nada a nadie ni le he hecho daño a nadie, así que deja de juzgarme con tu moral. Si me parece bien o no, solo me incumbe a mí.
Vanessa empezó a sentirse incómoda, con la cara ardiendo de coraje.
—¡Nunca me di cuenta de lo descarada que puedes ser! ¡Mi hermano está así por tu culpa!
—¿Yo lo obligué a subirse a mi carro? ¿Yo fui la que le pidió que fuera mi chofer? Señorita Vanessa, aquí nadie sabe para quién trabaja la desgracia. No tienen por qué repetir que todo lo que le pasa es por mi culpa. Cuando él andaba con Tatiana, jamás les escuché a ustedes decirme algo a favor mío —le soltó Joana, con un tono tan seco que cortaba el aire.
Durante los años que vivió con la familia Rivas, Vanessa nunca la aceptó de verdad, ni en público ni en privado. Es más, en su momento fue de las primeras en rogar que se divorciara de Fabián cuanto antes.
Ahora, escucharla hablar así solo le resultaba aún más irónico.
Vanessa, acorralada y herida en su orgullo, perdió los estribos.
—¡Mi hermano y Tatiana sí se amaban! ¡Si esa noche Tatiana no se hubiera ido del país, tú ni siquiera habrías tenido oportunidad! ¡Mi hermano es un partidazo, pregunta por ahí; todos los de su nivel tienen mil mujeres afuera! Tatiana lo esperó años, ¿por qué desde que llegaste tú él tenía que hacerse el santo?
La caída de Joana al mar le había pegado fuerte a Vanessa. Durante todo ese tiempo, Fabián no mencionó nunca el divorcio y hasta pensó que quizá sí quería a esa huérfana. Pero al final, cuando se trató de vida o muerte, él escogió a Tatiana.


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