Joana descubrió que Fabián le había dejado un mensaje hace poco.
[Fabián]: Joana, regresa a la casa, tenemos que hablar.
[Fabián]: Sobre ese acuerdo, no voy a esperar mucho tiempo.
Joana apretó tanto el celular que sus uñas se marcaron blancas en la palma.
Así que sí lo había recibido.
Por suerte, no se había perdido.
Suspiró con resignación.
Después de dudar varias veces, esperó a que Arturo y Carolina terminaran de cambiarse y salió a despedirse de ellos con una sonrisa apenada.
—La próxima, de verdad yo los invito.
Carolina, con carita de cachorro abandonado, jaló la manga de Joana.
—Señorita, ¿es algo muy importante?
—Sí, muy importante —contestó Joana mientras le acariciaba la mejilla.
Luego miró a Arturo, mordiendo con suavidad la esquina de los labios—. Me tengo que ir, señor Zambrano. Sobre la operación, buscaré una solución lo antes posible.
Arturo ni levantó la cabeza de los papeles que tenía en las manos. El reflejo de los lentes daba una sensación distante, como si nadie pudiera acercarse.
No dijo ni una palabra mientras ella se marchaba.
Ezequiel, que presenció la escena, pensó para sí que estaban perdidos.
Con ese ambiente, seguro hoy la oficina no cerraría temprano.
...
Joana llegó apurada a Residencial Fuente Azul.
—Señora.
La recibieron el mayordomo y las empleadas con saludos amables.
Estaban recogiendo los pedazos de rompecabezas y bloques de construcción que estaban tirados por toda la casa.
Cuando Joana estaba presente, siempre pedía a los niños que recogieran sus juguetes ellos mismos.
Por eso, rara vez se veía la casa en semejante desorden.
Todos extrañaban los días con Joana, porque a pesar de que también consentía a los niños, no los malcriaba al extremo como hacía la señorita Tatiana.
Joana asintió con un gesto sereno.
En el camino, le sorprendió no ver a los niños ni a Tatiana.
Subió al estudio en el segundo piso y tocó la puerta.
—Adelante.
Joana entró directo, sin rodeos.
—¿Ya leíste el acuerdo? Si tienes algo que agregar, dilo ahora.
—¿Por qué tanta prisa? —Fabián dejó de firmar papeles por un segundo—. Pienso que deberíamos hablar bien. Esta familia no debería seguir así.
Fabián se quedó mirando su rostro, aún con marcas rojizas, pero había en ella una belleza rota y difícil de ignorar.
Ajustó la corbata, murmurando para sí:
—¿Y la cuarta? ¿Estás segura de que podrás con eso?
Joana no esperaba que fuera tan descarado.
El departamento quedaba más cerca de la empresa, pero desde que se casaron, él nunca volvió.
Respecto a los niños, ya no tenía esperanzas.
Pero seguía siendo su madre y solo quería verlos crecer sanos, aunque fuera una vez al mes.
Con un nudo en la garganta, cedió un poco:
—Fabián, la primera cláusula puedo reducirla, pero la cuarta no la pienso cambiar.
—De acuerdo.
Fabián esbozó una sonrisa apenas perceptible.
Se levantó y abrió la caja fuerte, sacando un documento viejo y amarillento para entregárselo a Joana.
A Joana le tembló el párpado.
Sintió que algo no cuadraba.
Al ver bien el documento, se dio cuenta de que no era el acuerdo de divorcio que había enviado.
¡Era el acuerdo prenupcial que, seis años atrás, ella le había propuesto a Fabián, ilusionada y sin obtener respuesta!

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