Un grupo de personas que menosprecian a los demás ya comenzó otra vez con sus comentarios.
—¿De verdad es para tanto? —aventó Antonella con tono sarcástico—. ¿Una mamá que dejó todo por su familia merece que la estén idolatrando así?
Justo en ese momento, Sabrina entró al salón acompañada de Joana, alcanzando a escuchar la frase de Antonella.
Joana alzó la mirada y fijó sus ojos en la persona que había hablado.
Era ella.
Sabrina frunció el ceño, sin ocultar su molestia.
—Antonella, ¿tienes algún problema con la incorporación de Joana al equipo?
—Problema como tal, no me atrevería a decirlo, pero sí tengo una sugerencia —replicó Antonella, poniéndose de pie con una actitud desafiante—. Esta nueva jefa, ¿no había dejado el mundo del diseño por varios años? Este campo cambia cada día, las tendencias y estilos evolucionan a cada instante.
Se volvió hacia Joana, clavándole la mirada.
—Digo esto porque me preocupa el futuro de Estudio Bravura. ¿Hoy, después de seis años, tienes algún diseño relevante? Hablo de algo actual, claro.
Joana captó la hostilidad que Antonella ni siquiera intentó disimular.
En su momento, ella había sido una de las diseñadoras más codiciadas del gremio, un talento en ascenso. Estaba convencida de que dedicaría su vida entera a esa pasión... hasta que se casó con Fabián.
Para él, todo lo que ella hacía no era más que una pérdida de tiempo. Según Fabián, si tenía energías para dibujar, debía enfocarse en aprender a ser una buena esposa, cuidar a sus suegros y buscar la perfección en su papel de Sra. Rivas.
Cuando nació su hija, Fabián fue tajante: debía dejar el estudio y entregarse por completo a la crianza. Joana terminó volcando toda su atención en la niña.
Sabrina siempre la comprendió; nunca dejó de esperarla.
Incluso le consiguió una oportunidad de intercambio en el extranjero, un logro importante. Al contárselo a Fabián, él solo le gritó. No soportaba su carrera, la detestaba.
Aquella vez discutieron como nunca antes. Su hija, apenas una bebé, lloraba sin parar.
Joana cedió. Renunció a la oportunidad y, poco después, dejó formalmente Estudio Bravura.
El dolor de aquel momento, intenso y paralizante, seguía latente en su memoria.
Pero todo eso era parte de su vida, no una excusa para que otros la trataran como si no valiera nada.
—¡Eso no puede ser!
¿Cómo podía lograrlo una mamá que había dejado su carrera? ¡Era absurdo!
Concha Divina había sido su meta durante años. Antonella mandó propuestas cada temporada durante tres años y apenas si había logrado que seleccionaran uno o dos bocetos.
Ahora llegaba Joana, y sus diseños serían la imagen principal de la temporada. ¿Por qué ella?
Joana ni siquiera se había imaginado que esos bocetos, dibujados casi sin pensar, serían elegidos por Concha Divina.
Durante su etapa como “Smile”, la empresa acababa de conectar con esa marca. Mandó algunos diseños por nostalgia, sin mucha esperanza.
Al parecer, la dueña de Concha Divina también era de esas personas que valoran la esencia de antes.
Fue pura casualidad.
Joana ladeó la cabeza, sus ojos brillando con picardía.
—Aquí la que habla con resultados soy yo.

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