—¡Estás diciendo puras tonterías! ¡Esa vieja bruja seguro me está engañando! —Dafne no le creyó ni una palabra.
En cuanto terminó de decirlo, sacó su celular para llamarle a Fabián.
Pero en el siguiente momento, la señorita Peñalba se lo quitó sin ningún esfuerzo.
—Todavía no terminas de aprenderte los poemas de hoy, así que no hay tiempo para usar el celular —dijo la señorita Peñalba, con el semblante serio y la voz tajante—. Y si te atreves a insultar a la maestra, el castigo será más severo.
Dafne, sintiéndose impotente, rompió en llanto con más fuerza.
Con tal de librarse del control de la maestra, incluso empezó a hacer huelga de hambre.
Armó un drama durante tres días, hasta que por fin Fabián regresó a casa y ella pudo quejarse a gusto.
Fabián, que ya estaba estresado con el asunto de la ruta marítima, escuchó las quejas de su hija, que para él no eran nada grave, y soltó un suspiro resignado.
—Dafne, la maestra lo hace por tu bien. Aprender modales te va a servir mucho.
—¡Papá, tú también la defiendes! ¡Esa vieja bruja! ¡Buaaa! ¿Ya no me quieres? ¿Por qué nadie me quiere?
Dafne lloraba a todo pulmón, las lágrimas le caían una tras otra.
Fabián ya estaba que no aguantaba más con el escándalo.
Cuando Joana estaba en casa, Dafne casi nunca lloraba así.
Ahora, de repente, su hija se había vuelto muy llorona sin motivo.
¿Y Joana cómo le hacía para que la niña estuviera tranquila?
Por un instante, le vino a la mente la época en que Joana seguía en casa y todo parecía tan en paz.
Ahora, su hijo andaba por otro lado, la esposa casi nunca estaba y la única que seguía con él, su hija menor, no paraba de hacer berrinche.
Fabián se llevó la mano a la sien y habló con voz cortante:
—Dafne, ya basta. No quiero más dramas.
Pero su hija gritó aún más fuerte, llorando con más ganas.
Sin otra opción, Fabián terminó llamándole a Joana.
Sin embargo, el tono del celular sonó de principio a fin y nadie contestó.
Eso solo lo enfureció más.
¿En qué estaba tan ocupada Joana que ni siquiera le podía contestar?
Al no tener más remedio, fue a platicar con la señorita Peñalba para pedirle que tratara a la niña con más paciencia.
Pero la señorita Peñalba se negó:
Antes de que terminara la jornada, Fabián manejó él mismo hasta las puertas de Estudio Bravura.
En cuanto su lujoso carro se estacionó, todos los que estaban cerca se quedaron mirando y empezaron los comentarios.
[¡No inventes! ¡Ese carro es un Rolls Royce! Yo ni en mil vidas podría comprarme uno así.]
[¿De quién será el novio? ¡Está de lujo el carro! ¿Vendrá a recoger a su chica?]
[¡No manches, ya se bajó! ¡Y está más guapo que el carro!]
Frente a la entrada, los empleados cada vez se emocionaban más.
Y cuando el hombre salió del carro, nadie podía dejar de mirarlo.
Joana acababa de salir del elevador y desde lejos vio una figura que le trajo mala espina.
¿Estaría viendo bien?
El carro de la entrada... ¿no era el de Fabián?
Joana fingió no haberlo visto y bajó la cabeza, dispuesta a cruzar entre la gente que se había juntado.
—Joana —de pronto, la voz distante del hombre la detuvo.
Por un segundo, todo el bullicio y las conversaciones parecieron desaparecer.

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