El mensaje de voz de Arturo, junto con el sticker de [besito], llegó justo después del anterior.
A simple vista, cualquiera pensaría que ese mensaje era para ella.
Joana se asustó de sí misma por tener ese tipo de pensamiento.
De inmediato, lo negó en su mente.
—¿Cómo va a ser posible que Arturo…?
Se reprendió en silencio. No podía volver a hacerse ilusiones como hace seis años.
¡Ni de chiste!
Lo más seguro era que la pequeña contestó el mensaje, y luego San Cuchillo tomó el celular sin querer queriendo.
...
—¡Tío, la señora bonita ya respondió? ¡Dame tu celular, quiero ver!
Carolina se puso de puntitas, estirando los brazos como si fuera a atrapar un tesoro, dando vueltas alrededor de Arturo para quitarle el celular.
Arturo esquivó sus manitas y miró la pantalla sin darle importancia.
—Sí respondió. Dijo que te vayas a dar la vuelta a la plaza.
—¡Tío, no me mientas! ¡Eso no lo escribió la señora bonita! —Carolina lo miró con los ojos bien abiertos, como si descubriera un gran secreto.
Arturo no pudo evitar reírse.
—¿Y tú cómo estás tan segura?
Carolina enseñó los dientes, orgullosa:
—¡Seré chiquita, pero no soy mensa! La señora bonita me quiere mucho. Tú, en cambio, ni quien te pele, viejo gruñón.
—¿Qué?
Arturo le lanzó una mirada cargada de amenaza a Ezequiel, que estaba ocupado en su propio mundo.
—¿Y tú qué le andas enseñando a la niña? ¿Qué novelas anda viendo contigo?
Ezequiel, todo nervioso, soltó una risita tímida.
—Si le digo que vemos caricaturas de animalitos, ¿me lo cree?
Carolina no tardó en delatarlo:
—¡Ezequiel, no seas mentiroso! ¡El otro día vimos la novela de “El jefe millonario que se enamora de la señora a punto de jubilarse”!
—¡Ezequiel, ¿te quieres morir o qué?!
—¡Jefe, ya entendí! ¡No vuelvo a poner esas novelas, lo juro!
...
Al principio, Joana se sorprendió al ver a su hija.
Pero a medida que escuchaba cada palabra, su expresión se volvió cada vez más seria.
—¿Y tú qué haces aquí?
Dafne se quedó callada unos segundos, como si se le hubiera ido la señal, y al fin dejó de atacar.
Se mordió el labio y miró fijamente las manos entrelazadas de Joana y Carolina, intentando aparentar que no le importaba.
—Bah, sólo eres mi mamá, ni al caso.
Con Tatiana me basta y sobra.
Pero, ¿y si mamá piensa que la estoy siguiendo a propósito por preguntarme eso?
—¡No te hagas ilusiones, mamá! —Dafne soltó, con desdén—. Yo no vine a buscarte. Tatiana vive aquí, por eso me mudé con ella. ¡Así que ni te emociones!
La explicación de Dafne le causó gracia a Joana.
¿Será posible que esta gente la persiga a donde vaya?
—Bueno, entonces ve a buscar a Tatiana. No le vayas a dar pendiente.
—No hace falta que me digas, ya voy —respondió Dafne, fingiendo que no le importaba.

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