Beatriz Cortez esbozó una sonrisa amarga. Así que, para él, ella era esa clase de persona.
Una hora después, Beatriz y Javier salieron del registro civil, cada quien con su comprobante de divorcio en la mano.
Gabriela miró con júbilo el documento que Javier sostenía. Por fin, podría convertirse en la esposa de Javier sin ningún impedimento.
Aun así, fingió preocupación por Beatriz. Algo había cambiado en ella; su belleza seguía siendo imponente, pero ahora resultaba tan distante que cualquiera se sentía intimidado al cruzar su mirada.
Eso era justamente lo que más le provocaba envidia: ese rostro tan perfecto. Pero al fin se libraría de verlo todos los días.
—Señorita, la familia Cortés ya no te quiere. Te vas sin nada. ¿Acaso tienes a dónde ir?
Gabriela pensaba que Beatriz no era más que una campesina que tuvo la suerte de cruzarse con los Cortés. Ahora ese golpe de suerte se le había acabado.
A Beatriz le pareció ridículo. Gabriela aún se atrevía a fingir interés en su bienestar.
Hace años, cuando la familia Cortés descubrió que Beatriz no era su hija biológica, la enviaron al campo a vivir, sin volver a preocuparse por ella. No fue sino hasta que cumplió dieciocho que la trajeron de regreso. Fue entonces cuando conoció a Javier.
Gabriela, en cambio, fue encontrada apenas dos años atrás y enviada al extranjero a estudiar, todo para que estuviera a la altura de un joven de sociedad como Javier.
Cuando Gabriela volvió, Beatriz por fin entendió la verdad: los Cortés habían hallado a su verdadera hija y querían cortar cualquier lazo con ella.
Jamás le dieron una verdadera familia, así que cortar relaciones tampoco le dolía.
Su regreso solo tenía un propósito: averiguar el paradero de sus padres biológicos.
Fue entonces cuando entendió por qué la enviaron al campo: porque no era hija de los Cortés.
Y apenas hace unos días, por casualidad, escuchó una conversación entre los amigos de Javier y se enteró de que él se había enamorado perdidamente de Gabriela durante un viaje de negocios al extranjero.
Desde el regreso de Gabriela, ambos iniciaron un romance sin perder el tiempo.
Gabriela solía mandarle fotos de ella y Javier en la cama, solo para herirla, solo para humillarla.
¡Ser la amante y encima presumirlo, vaya descaro!
Beatriz le lanzó una mirada desinteresada.
—No te preocupes, señorita Gabriela. A dónde vaya o deje de ir no es asunto tuyo.
Sin siquiera mirar a Javier, Beatriz se irguió y levantó la mano para detener un taxi en la calle. Se fue sin mirar atrás.
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