Ares, apenas siente la calidez de los labios de Aurora, profundiza el beso, que inocentemente su esposa recibe, sin saber qué hacer. Sintiendo cómo aquel hombre estaba deseoso de besarla, apoderándose de su boca con desespero y lujuria, para luego al notar el no rechazo de ella, besarla con suavidad. Aurora perpleja, cerró los ojos y se dejó llevar, y sintió que en su pecho algo estalló y que un extraño hormigueo recorría todo su cuerpo. Los labios de Ares acariciaron los suyos, con ternura, y cuando a regañadientes se separó de ella, la chica se sintió tan débil que tuvo que apoyarse en el pecho de él con una mano para no venirse abajo.
—¿Por qué hiciste eso? —Pregunta con pausa y casi en susurro al intentar recuperar el aliento.
—No sé… —Responde Ares cada vez más confundido por sus sentimientos. Y su respuesta llena de enojo a Aurora que se siente nuevamente humillada por él. Impulsivamente, se aleja, y mirándolo a los ojos le da una bofetada tan fuerte que su mano le duele.
—Si no sabes, no deberías hacerlo. Te prohíbo que en tu vida me vuelvas a besar. Yo no soy una de tus tantas conquistas.
Ares, furioso por el golpe, le responde de mala gana…
—¡Ja! ¿Crees que quiero volver a hacerlo? No te sientas tan importante, tú jamás podrías aspirar a ser ni siquiera una de mis conquistas.
La muchacha dolida sale de su oficina, pero antes de cerrar la puerta tras de ella se deja llevar por su enojo, y le da la estocada final a Ares Walton porque para ella, en este momento, no merece menos…
—!Ah!, Vanesa, a quien si sabes porque besas, abortó unos días antes del accidente de las escaleras, ¿y sabes por qué lo hizo?, porque seguramente no sabía si ese pobre niño que cometió el gran pecado de ser engendrado en su vientre era tuyo o de su esposo…
Cierra fuertemente la puerta, asustando a Magdalena, que estaba afuera en su cubículo, con miedo de preguntar a su jefa si le pasaba algo, pues a duras penas y se despidió muy seria, y con prisa.
Ares, que parecía detenido en el tiempo, apenas y estaba asimilando lo que acababa de decir Aurora, minutos después, reaccionando ante una verdad que no se esperaba, sale corriendo en busca de su esposa, para preguntarle por qué dijo eso, pero no logró alcanzarla, siendo informado por la recepcionista de haberla visto irse con Adriana.
Decidido a que Aurora sostenga en su cara lo que acaba de decir, sale en dirección a la casa de Isaías Hermswort, convencido de que su esposa vive allí, pero al llegar se encuentra con una Eloise bastante desencajada.
—¡Vaya!, ¿qué milagro ha ocurrido para que el gran Ares Walton esté aquí? —Le dice con sarcasmo y de mala gana sin siquiera saludarlo después de que Esther lo anunciara, mientras ella tomaba una copa en la sala observando la foto de su querido esposo, pues había algo que no se podía negar, y es que Isaías era el amor de su vida, y no concebía la vida sin él, después de lo mucho que tuvo que esperar para que por fin fuera suyo.
—¿Está Aurora? —Le pregunta a la mujer que tampoco es santa de su devoción.
—¡Jajajajaja! —Se ríe con sarcasmo. —Esa desagradecida, desde que me opuse a que volviera a vivir en esta casa, no ha vuelto.
—Y entonces, ¿dónde está viviendo? —Por primera vez se nota interesada Eloise.
—No se supone que eso deberías saberlo tú. ¿Acaso no es tu esposa?
—¿Sabe o no sabe dónde vive? —Pregunta frustrado el hombre que ahora también se enteraba de que su esposa no vivía donde él creía.
—No, pero seguramente Adriana, Jazmine o incluso tu hermano Daniel, que últimamente no se le despegan. Cada vez que visita a Isaías, aparecen ellos como guardaespaldas. Y ahora, con los aires de diva que se da, usando ropa de marca y bolsos de lujo, como si eso cambiara en algo su esencia de mojigata.
Ares que se marcha, sin decir nada más, a la desagradable mujer que no hacía más que irritarlo cada vez que abría la boca. Llama a Lina para que le consiga el número de Magdalena, la secretaria de Aurora.
—¡Hola! ¿Quién habla? —Preguntan al otro lado de la línea.
—¿Magdalena? Soy Ares Walton, sé que ya no está en horario laboral, pero necesito que me dé una información.
—Señor... ¡Ehhh!... ¡Ehh!...—Se pone un poco nerviosa, la mujer que jamás imaginó recibiría una llamada del presidente de la compañía. —Dígame, en que puedo serle útil.
—Mi esposa, necesito que me dé la dirección de su vivienda...
—¿Ah? —Exclama sorprendida porque ella ha sido testigo en silencio de la mala relación que tiene la pareja, pero no sabía que vivían separados, y menos que Ares ni siquiera sabía la dirección donde vivía su esposa.
—¡Magdalena!... ¡Magdalena!... ¿Sigue ahí?... —Le pregunta a la mujer que tarda en contestar.
—Sí, si señor... Aquí estoy.
—Entonces, ¿por qué no responde?
—Es que... Es que no estoy segura de darle esa información. ¿Y si la señora Aurora se enoja conmigo?
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