El celular sobre la mesa volvió a sonar. Martina todavía intentaba convencerla de no hacer berrinche.
Florencia, con una mueca cansada, decidió bloquear a Martina de una vez. Luego tomó el anillo de diamantes, le sacó una foto y se la mandó a Edna, pidiéndole que lo llevara a consignar.
Ese anillo solo le revolvía el estómago.
Después del divorcio, iba a necesitar dinero para muchas cosas. Y después de todo el asco que le hizo pasar Martina durante tanto tiempo, sentía que al menos recuperar algo de lo perdido era lo justo.
La respuesta de Edna no tardó en llegar.
[Flor, este anillo no es cualquier cosa. Por lo que veo, mínimo vale un millón de pesos.
Pero ya sabes cómo es esto, los anillos se deprecian rapidísimo, y si encima tiene alguna inscripción, conseguir siquiera la tercera parte del precio original ya sería ganancia. ¿De verdad quieres venderlo?]
¿La tercera parte? Si era un millón, trescientos mil tampoco le caían mal.
Florencia se sintió bastante satisfecha. Respondió de inmediato con un mensaje: “Véndelo”.
Fue al cuarto y empezó a buscar toda la ropa que Salvador le había mandado durante esos años. Una por una, les tomó fotos y se las mandó a Edna para que también se hiciera cargo de venderlas.
Quizá antes, por autoengaño, nunca le prestó mucha atención a esos detalles. Pero ahora, mientras empacaba sus cosas, por fin lo notó: ninguna de esas prendas era de su estilo.
Eran vestidos carísimos, llenos de diamantes y perlas en los bordes, con diseños recargados y hasta faldas de princesa exageradas.
A ella nunca le gustaron esos lujos tan ostentosos ni los diseños tan rebuscados.
Antes pensaba que Salvador era generoso solo para lucirse, pero ahora…
Florencia terminó de empacar la ropa y el anillo, con la intención de enviárselos a Edna esa misma noche.
Emilia, al verla, no pudo evitar intervenir:
—Señora, ¿qué está haciendo? ¿No son regalos del señor?
Pasaron tres días sin que Salvador volviera a Jardines de Esmeralda.
Florencia pensó que esa noche sería igual, hasta que a las ocho, el rugido de un carro rompió el silencio bajo la lluvia.
La puerta se abrió de golpe. Salvador entró, la chaqueta colgada al hombro, la camisa desarreglada. Su expresión, normalmente distante, lucía incluso más cerrada, y sus ojos dejaban ver una furia contenida.
El olor a alcohol era tan fuerte que apenas podía notarse el aroma a madera de ébano que solía llevar.
Florencia arqueó las cejas, sorprendida por su llegada.
—¿Tú qué haces aquí? —le soltó sin rodeos—. ¿No deberías estar con Martina, aprovechando la lluvia para acurrucarte con ella, como la otra vez?
Salvador respondió con una carcajada cortante, casi cruel.
—El anillo de matrimonio que te regalé apareció hoy en una subasta —declaró con voz dura—. Dime, ¿no crees que tenía que venir?

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Dejé el Pasado y Volví a Brillar al Piano